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El estadio más bonito del mundo

Gran Fondo Jaén Paraíso Interior

Alfonso Alba

Córdoba —

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La frase es de Luis Ángel Maté, que acaba de colgar la bicicleta: “El ciclismo tiene el estadio más bonito del mundo”. Segundos antes de dar la salida de la Gran Fondo Jaén Paraíso Interior, Joaquim Purito Rodríguez animaba a los 800 inscritos: “Esto para un ciclista es como jugar en el Bernabéu”.

Dos días después, los que habíamos probado los nuevos tramos de sterrato de la Clásica de Jaén nos anticipábamos a lo que estaba pasando en nuestro televisor. Justo en el vado en el que se cayó Egán Bernal vimos, a muchos kilómetros por hora menos, cómo un chico casi pierde el control de su bici y se iba directo a los olivos. La entrada donde se cayó un Visma-Lease a Bike fue la misma en la que mis gastadas ruedas gravel de 40 centímetros me mantuvieron en pie.

He jugado al fútbol. La última vez (quiero pensar que fue el día de mi retirada) lo hice en el Nuevo Estadio El Arcángel de Córdoba. En las gradas habría no más de 40 personas. Metí dos goles: a un concejal del PSOE. Era un partido navideño de periodistas contra políticos. El que jugamos contra el staff del Córdoba CF lo perdimos por goleada. Es lo más cerca que estuve en cualquier deporte de jugar en un escenario épico. Vacío, pero épico.

Hasta ahora. 

Con excepciones, Andalucía no es Flandes. Ni Euskadi, Cantabria o Asturias. Aunque ha habido ciclistas (Maté es uno) y competiciones, en Andalucía apenas ha habido afición al ciclismo. A pesar de que las instituciones hagan apuestas (la Clásica de Jaén es la más importante ahora) y de que haya habido hasta equipos profesionales (como el Andalucía-Cajasur), los andaluces somos más de fútbol.

Pero cada fin de semana, las carreteras comienzan a llenarse como nunca había visto. Al menos desde los tiempos en los que el ciclismo se puso de moda, gracias a Perico e Indurain, que ganaban. Este año, la peña ciclista de Fernán Núñez (mi pueblo) ha batido su récord de socios. En la última salida rozamos los 50. Y en Úbeda, y sin saberlo, estábamos dos de la peña. Salimos juntos. Llegamos juntos. Rodamos muy separados.

Úbeda es Patrimonio de la Humanidad. Y el olivar está cerca de serlo (aunque no quieran los agricultores, pero aquí hemos venido a hablar de ciclismo). Desde sus cerros, en un día claro de febrero, se divisa Sierra Mágina con sus cumbres nevadas. Y un valle que es un mar de aceitunas, de olivos plantados en línea recta con un criterio más estético que práctico, como recogidos por un peine gigante.

Ese es el escenario infinito de una Gran Fondo de 101 kilómetros, muy rápida, muy exigente y muy bonita. Un estadio donde te puedes sentir como un ciclista dentro de un pelotón, con sus frenazos, sus gritos, sus ánimos. Los pitidos de la Guardia Civil indicando un obstáculo, una rotonda, un giro de 180 grados. El crujido de una cadena que se sale, la maldición de una rueda que se pincha, el polvo de una grupeta que se escapa, la rueda de un compañero que te ayuda, que te quita el viento para que llegues al siguiente grupo que te va a llevar unos kilómetros más.  Mi equipo era el Córdoba Gravel.

Por la tele, desde mi sillón, vi cómo Van Aert daba un último relevo y se quedaba. “Esto es muy duro”, dijo días antes. Lo conocía del año pasado, de cuando ganó Oier Lazkano y él se quedó sin la victoria por un pinchazo. Y quizás de ver también por la tele a Pogaçar dando zapatazos a sus pedales en 2023, volando sobre un sterrato que yo pensé que no podía ser tan duro. Pero claro, es que parece que Pogaçar va flotando. Y es muy duro.

Tanto que el sábado llegamos de uno en uno, dando tiempo a que el 'speaker' gritara nuestro nombre. Ese 'speaker' que tantas veces escuchamos cuando nos acercamos a alguna meta de la Vuelta a España. Como si por la megafonía de El Arcángel hubieran gritado mi nombre. Pero no. Aquel día el vídeo marcador estaba apagado. Y de esos goles solo hay un vago recuerdo sobre lo pequeña que se ve la portería incluso desde dentro del área. Pero nuestro estadio son los caminos, los de Antonio Machado que desde la vecina Baeza hacía camino al pasar. Y estelas sobre la mar. De olivos.

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