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Cinco años de la llegada de la COVID-19 a Euskadi a través de los ojos de Nekane Murga: “Era muy consciente del riesgo”

La consejera de Salud, Nekane Murga, en una rueda de prensa del 26 de marzo de 2020

Iker Rioja Andueza

Vitoria —

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Nekane Murga Eizagaechevarria (Bilbao, 1963) quería pasar a la historia de la política vasca por ser una consejera breve. Llegó al cargo en marzo de 2019 como recambio de urgencia al dimitido Jon Darpón, presionado por las denuncias de irregularidades en las oposiciones médicas del año anterior. En un año tocaban elecciones. O, como mucho, pudo haber sido recordada por cancelar un partido de fútbol de Primera División, un Eibar-Real Sociedad de febrero de 2020, a causa de la contaminación ambiental tras el desplome del vertedero de Zaldibar.

Sin embargo, lo hará por haber tenido que lidiar con la llegada del coronavirus Sars-Cov-2, de la que ahora se cumplen cinco años. La enfermedad causada por ese patógeno, la COVID-19, ha matado a casi 10.000 personas en Euskadi y más de 50.000 han tenido que ser hospitalizadas en algún momento. Hoy todavía siguen produciéndose contagios -los laboratorios de Osakidetza han sumado otros 31 esta semana, por ejemplo- y decenas de personas arrastran síntomas nunca superados.

Murga, que visitó el hospital de Txagorritxu de Vitoria en la noche en que se conoció el primer positivo, el de una internista, vivió en primera línea la génesis de la mayor crisis sanitaria de la historia de Osakidetza. En aquellos momentos, Euskadi y Madrid eran los grandes focos de la emergencia sanitaria en España. Y Vitoria la 'zona cero'. Es recordado el error del portavoz del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, que llamó “Intxaurrondo” a “Txagorritxu”, confundiendo el hospital vitoriano con el cuartel de la Guardia Civil de Donostia.

Esta consejera fue la primera en cerrar colegios tan pronto como el 9 de marzo —los de Vitoria y Labastida— o en cuarentenar una residencia de mayores un día antes —la de Sanitas en el barrio vitoriano de San Martín—. Se cancelaron también las elecciones previstas para abril de 2020 y finalmente se celebraron en julio, después del confinamiento. En esos meses, Murga realizó decenas de comparecencias. Y dejó titulares. Terminó admitiendo que algunas de sus frases eran carne de meme. O “mimi”, como pronunció ella.

A comienzos de septiembre de 2020, el nuevo Gobierno salido de las urnas seguía con Iñigo Urkullu al frente pero Murga cedió su puesto a Gotzone Sagardui. Días antes, esta cardióloga de Osakidetza reconvertida a política circunstancial había declarado nuevamente la emergencia sanitaria y avisado que se avecinaba un “tsunami”. Con motivo del quinto aniversario de aquellos días excepcionales, Murga atiende a elDiario.es/Euskadi. Lo hace por teléfono y con amabilidad. No rehúye ninguna pregunta. Cardióloga de profesión, sigue ejerciendo actualmente en Osakidetza.

—Se conocieron los primeros positivos el 28 de febrero de 2020 por la tarde.

—Sí, estaba anocheciendo. Tenía previsto ir para casa ya y recibí una llamada de Txagorritxu. Me avisaban de que se había realizado una determinación de coronavirus a una profesional y que todavía había que validarla. Pero la prueba había dado positivo. Era una persona que llevaba una semana con síntomas, fiebre y un cuadro respiratorio. Por la clínica y por la determinación, era muy probable que fuera positivo. Entonces, decidí acercarme al hospital en ese momento y convocar a todo el mundo, gerente, director médico, responsable de microbiología, enfermería, … Fuimos como un pequeño gabinete de crisis.

El 28 de febrero era viernes. En Vitoria, se celebró esa mañana la ceremonia de toma de posesión como delegado del Gobierno de España de Denis Itxaso. Relevaba a Jesús Loza... un doctor de Txagorritxu que ya habría regresado para entonces a su puesto. Loza acabó confinado a las primeras de cambio y se temió que hubiese contagiado incluso a la ministra Isabel Celáa, presente en el evento y después en un Consejo de Ministros.

—Ya había habido otros falsos positivos antes. ¿Por qué esto era diferente?

—Había habido sospechas que nunca se confirmaron. No había habido una PCR positiva. Ésta era la primera vez con una determinación positiva. Esto realmente era una determinación positiva.

—¿Se lo comunicó al lehendakari?

—Con el lehendakari tenía, como se puede imaginar, un contacto directo. Sí, fue una de las personas a las que llamo e informo de que me voy a a desplazar a Txagorritxu. En ese momento, tampoco sabía la fiabilidad exacta de la prueba. O sea, necesitaba también tener más detalles. Yo le intentaba tener siempre informado de todos los cambios que había.

—Hay una frase sobre esos momentos que pronunció usted en el cuadragésimo aniversario de Osakidetza, en 2023. “Es como si te encuentras en una película de zombies rodeada de zombies”.

—Sí... Esa situación se fue dando en las siguientes 24 horas. Lo que quise expresar con esa frase... Hasta ese momento no era consciente de lo presente que estaban las personas infectadas. Eran muy próximas a mí y a toda la población. Creíamos que la infección se encontraba en China. O como mucho en Italia. Y pensábamos que podía haber personas con unos antecedentes epidemiológicos y unos síntomas claros que íbamos a poder identificar fácilmente. Pero, claro, cuando ves que realmente el virus lleva probablemente semanas conviviendo contigo y empiezas a hacer una valoración y a pensar quiénes pueden estar infectados, pisas el suelo y te das cuenta de que realmente estás conviviendo con personas infectadas.

El aeropuerto de Vitoria no se caracteriza por su gran actividad de pasajeros, pero sí tiene una conexión directa con Bérgamo. Lombardía, región del norte de Italia y donde se encuentran Milán y Bérgamo, fue el epicentro de la pandemia en Europa. Algunos estudios apuntaron que el neovirus entró en España por avión vía Foronda el 11 de febrero.

—¿Tuvo miedo al contagio?

—A lo largo de las siguientes semanas, era muy consciente del riesgo. Iba viendo a muchas personas que se infectaban a mi alrededor. Es más, contaré que teníamos un plan de cómo actuar si me infectaba. Si no era una situación grave que requiriera ingreso o cuidados especiales, sabíamos dónde me iba a poder aislar para seguir manteniendo mi capacidad de acceso a toda la informática y a la firma electrónica y para poder seguir conectándome a las interterritoriales. El riesgo era real.

—¿Un piso franco?

—No, era mi despacho en Alameda de Rekalde. Tiene una pequeña ducha y se podía acercar un microondas. Allí dentro tenía un ordenador con todos los accesos. Es un último piso. Cumplía unas condiciones para poder hacer un aislamiento con seguridad y, a la vez, estar conectada con todo.

Acompañada de la consejera de Educación entonces, Cristina Uriarte, en los pasillos de la sede de Lakua del Gobierno vasco, se comunicó el cierre de los colegios. Antes, se había reunido a los directores de los centros de Vitoria en el conservatorio de música para adelantarles esta medida. En puridad, también afectó a Labastida antes que a la capital. También es recordado cómo Fernando Simón solemnizó que el nuevo virus golpeaba a tres ciudades: Madrid, Vitoria... y Labastida, que no pasa de 1.500 habitantes.

—Quería preguntarle por el cierre de los colegios. Se hizo muy temprano en el caso de Euskadi. ¿Fue una decisión dura de tomar?

—Había unos colectivos que se habían infectado a través de una persona que había venido de Bélgica. Había bastantes niños pequeños que estaban escolarizados. Todavía no se sabía claramente la repercusión que tenía en la infancia la enfermedad. Luego se vio que era menor que en otros colectivos. Nos costó mucho tomar la decisión. Pero reunimos a la gente de Salud Pública y el lehendakari creyó que era lo adecuado. Avisamos al Ministerio.

—Muchos de aquellos niños fueron cuidados por sus abuelos en esos días...

—Sí. Esto, claro, era inevitable. Por eso hubo localidades y zonas donde la epidemia empezó antes.

El 8 de marzo se decretó ya una cuarentena en una residencia de Vitoria que fue la primera en España, Sanitas San Martín, inaugurada apenas unos meses antes y muy cerca del hospital de Txagorritxu. En los días previos había habido un goteo de positivos y dos de los internos ya habían fallecido. Este periódico preguntaba por ellos a Murga en cada una de sus ruedas de prensa, que eran casi diarias en aquel momento. “Nos dedicábamos a contar muertos”, recordaba en 2021 el familiar de una residente que vivió de forma muy directa aquel brote. Al final, hubo 69 contagiados y 19 fallecidos en la primera ola. En total, hasta marzo de 2023 se estimó en unos 1.400 los mayores de residencias que murieron a causa de la COVID-19, según datos de las tres diputaciones, que tienen la competencia de la materia en Euskadi. Es casi como toda la población de Labastida.

—¿Se pudo hacer mejor en las residencias en aquellos meses?

—Fuimos informados de los casos [en Sanitas de Vitoria]. Mandamos profesionales a esta residencia para hacer 'in situ' con los profesionales de este centro una valoración. Fue pasar de lo teórico a lo práctico. Ver realmente cómo había que hacer la sectorización. Recuerdo que yo hablé personalmente con personas de esta residencia. Pero, como sabe, la gestión de las residencias depende en gran medida de las diputaciones, de servicios sociales. Realmente, habíamos visto imágenes de China, de Italia o de las necesidades de UCI, pero una de las cosas más impactantes que vemos ahora, mirándolo con perspectiva, es el efecto en estas personas más vulnerables. Realmente sufrieron. Ya ve que también fuimos los primeros en adoptar medidas duras. Aislar a estas personas mayores de sus familiares tuvo repercusiones. Para combatir el virus fueron buenas y a muchas pudo salvarles la vida. Pero también tenemos el tema emocional, cognitivo y psicológico, que también es de mucha importancia. Esto es un equilibrio difícil de conseguir. Analizándolo con tiempo, si ahora me pregunta que qué me gustaría hacer, diría que sería tener esto previsto. Haberlo planificado con mucho tiempo. Pero las circunstancias fueron así.

—Un familiar de uno de aquellos internos de esa residencia nos pide que le traslademos que se sintieron “abandonados” y que la empresa, que era Sanitas, fue “negligente”. ¿Hubo alguna persona en esas residencias que no fuera trasladada a un hospital cuando lo necesitaba?

—Si así resultó no fue por indicaciones del Departamento de Salud. Nosotros en ningún momento tuvimos falta de camas para las personas que lo necesitaban en los hospitales. Abrimos unidades y tuvimos capacidad de abrir más. No hubo ninguna directriz en este sentido.

Los datos acumulados reflejan por sí solos la increíble presión asistencial que ha generado la COVID-19. En la primera ola, durante el confinamiento, llegó a haber 1.800 personas de golpe que precisaban atención por lo mismo. Se habilitaron hoteles, residencias y otros espacios como auxilio a unos hospitales saturados y se multiplicó la hospitalización a domicilio. Hasta las capillas y gimnasios de los hospitales sirvieron. Después, el peor momento fue a comienzos de 2022, cuando la variante ómicron disparó los contagios. Ahí llegó un tope de 150 ingresos en 24 horas, uno cada diez minutos. Las UCI llegaban a recibir hasta 40 pacientes más cada día durante la primavera de 2020 y un año después se vivió otro momento crítico con hasta 200 enfermos muy graves.

El 14 de marzo, sábado, se anunció el confinamiento en España. El Gobierno vasco lo criticó. Josu Erkoreka, entonces portavoz, lo vio como “un 155 encubierto” para la autonomía vasca. Y añadió también una frase que quedó en papel mojado en cortísimo espacio de tiempo: “El paseo en la calle es libre y la actividad deportiva en la calle no tiene limitación”.

—El Gobierno vasco criticó casi todas las medidas que venían del Gobierno de Pedro Sánchez en aquellos días.

—Habría que analizar las formas de cómo se hizo. Analizándolo con perspectiva, la situación epidemiológica del país creo que precisaba de medidas como ese confinamiento que se realizó porque realmente la curva de nuevos contagios era exponencial.

—¿Mandaba la política o mandaba el criterio sanitario en esas reuniones interterritoriales?

—Mis decisiones, creo, fueron siempre decisiones sanitarias. Pero a veces también es difícil separar esto de la política. Mi misión en aquel momento, lo que me preocupaba, era dar una respuesta adecuada a la población y conseguir solventar el problema sanitario que había. ¿Era capaz de valorar el trasfondo político que había en muchos aspectos? Pues probablemente no. Pero le puedo decir que me volqué en lo sanitario. Y las personas de mi equipo también.

—¿Cómo era una jornada de trabajo en aquellos días?

—Eran jornadas muy largas. Pero el propio trabajo hacía que los días tampoco parecieran tan largos aunque empezáramos a trabajar a las siete menos cuarto y termináramos a las once de la noche. En muchas ocasiones comíamos una tarrina de ésas de comida preparada. Cada uno en su despacho. Eran jornadas muy intensas. Pero al estar tan metidos en eso tampoco tuve tanta sensación de carga de trabajo.

—¿Y cuál fue el peor momento?

—Como he dicho siempre, el día en que falleció el primer profesional sanitario. Fue muy duro. También murieron otras personas y nunca quiero menospreciar el fallecimiento de nadie, pero ver que un profesional sanitario fallecía... Reconozco que para mí fue muy duro.

—El 17 de marzo, en una comparecencia, dijo que la cuestión estaba “estabilizada”. Esto es textual. ¿Fue un error de cálculo?

—Probablemente en aquel momento tendría datos para opinar así. Habíamos tomado medidas ya desde el 1 de marzo, que era domingo. Realizamos una reunión con todas las organizaciones sanitarias. Mandamos también una 'newsletter' a Atención Primaria informando de la situación. Ya habíamos tomado medidas y también en ese momento pudieron ser criticadas. Por ejemplo, que los estudiantes no rotaran por los hospitales, que los profesionales no fueran a congresos y reuniones, que se evitaran los comités de tumores o las comisiones en las que participaran un número de personas superior a cuatro o seis, que se reorganizaran los comedores, las cafeterías de los hospitales y las urgencias. Empezamos a trabajar muy precozmente. Entonces, hubo momentos en que la sensación y la percepción era de que teníamos logros. Aunque, cuando era necesario, decía que había riesgos también. Creo que en algunas ocasiones fui también muy gráfica hablando del riesgo de infectar a mayores, de fallecer o de tener complicaciones. Pero el equilibrio era complejo.

En el fin de semana del 29 de febrero y 1 de marzo de 2020, en Txagorritxu, muchos profesionales, espontáneamente, empezaron a usar mascarillas. Sanitarios de Osakidetza aseguraron después que se les reconvino porque esa protección generaba miedo entre los pacientes. También eran comunes en los comercios regentados por personas procedentes de China. Uno de ellos, ubicado al lado del Parlamento, colocó un cartel.

—En un inicio, se cuestionó la eficacia de las mascarillas. ¿Esto era convencimiento real o es que no había suficientes?

—Hubo un momento en que yo estaba convencida de lo de las gotículas. Así me lo dijeron y me lo explicaron. Lo interpreté de una forma parecida a como podía ser la transmisión del bacilo tuberculoso. Es rigurosamente cierto que inicialmente lo que nos decían los expertos era que la transmisión era por gotículas y no por aerosoles. Y que con distancia e higiene se podía evitar eficazmente la transmisión. Cuando di esas recomendaciones, creía en ellas.

—¿Se arrepiente?

—Hombre, me hubiera gustado tener en ese momento alguien capaz de decirme 'Oye, que dentro de dos meses va a haber conocimiento nuevo y esto va a cambiar'. Pero en ese momento actúe haciendo lo que creía que debía hacer.

—Precisamente en estos años, al hilo de las mascarillas, han ido saliendo casos de corrupción asociados a aquellos suministros. ¿En Euskadi, permítame la expresión, vio 'koldos' o gente que buscará lucrarse con esos contratos de emergencia?

—Yo no tuve esa percepción, desde luego. Las compras se realizaban siempre en una comisión que tomaba decisiones conjuntas. Es cierto que sí recibí mensajes de personas que tenían actividad en China y que decían que podían ponerte en contacto con empresas de allí para que gestionaran la compra o la realización de mascarillas en talleres. Pero ese grupo valoraba si era real. Miraban los costes y las posibilidades de hacerlo. No tuve ningún tipo de presión o personas concretas que impusieran determinadas compras.

Pasó marzo. Y llegó abril. Fue el peor momento. Murga y Urkullu iban periódicamente a un Parlamento Vasco semivacío para dar información a la oposición, aunque también había cada miércoles una reunión telemática más informal. En mayo empezó la “desescalada”, con normas para ir recuperando lo que se bautizó como “nueva normalidad”. El lehendakari escenificó el final del túnel en la frontera entre Bizkaia y Cantabria saludándose con los codos con el entonces presidente autonómico, Miguel Ángel Revilla. Llegó el verano, se celebraron las elecciones... y empezaron los “rebrotes”. El 15 de agosto, jornada festiva, Murga salió ante la prensa con la mascarilla puesta. Decretó la emergencia sanitaria nuevamente.

—Avanzando un poco en el tiempo, en agosto, antes de la despedida, habló de que venía un “tsunami”. Tuvo razón.

—En ese momento había varias teorías también. Había oído a personas con conocimientos y expertas decir que no iban a cohabitar el virus de la gripe y el coronavirus y que cuando llegáramos a un nivel de infección iba a haber un efecto... ¿Se acuerda de cómo se llamaba?

—¿El efecto rebaño?

—Eso es, el rebaño. Había teorías de personas que estaban documentadas que hablaban de eso. Pero yo, personalmente, vigilaba cómo iban creciendo los casos y su distribución geográfica dentro de la comunidad. Además, se había hecho un estudio de prevalencia de serología positiva y el número de personas con inmunidad no alcanzaba el 30%. No creía en el efecto rebaño para ese otoño. Tampoco entendía muy bien por qué no iban a convivir dos virus. Porque el coronavirus era un virus que no dejaba una inmunidad permanente como hacía la gripe. Tenía esa teoría del tsunami, que se basaba en estas cosas. Quise transmitirlo porque creía que, cuanto antes la población conociera que había este riesgo, antes tomaría sus medidas.

Tras las elecciones de julio, a primeros de septiembre se celebró la tercera investidura de Urkullu. Para su tercer mandato, el lehendakari eligió a Gotzone Sagardui para la cartera de Salud. Ambos serían los encargados de surfear las siguientes olas de la pandemia. La mesa de crisis que discutía las medidas se conoció como Labi y se reunió en decenas de ocasiones.

—Y llegó el final. ¿Pidió usted no seguir o fue el lehendakari el que decidió que no iba a continuar?

—Como sabe, fui una consejera que llegó en unas circunstancias especiales. Tuve que sustituir a mitad de una legislatura a otro 'sailburu'. Tenía asumido que en el nuevo equipo, probablemente, no entraría. Cuando entré, en ningún momento se me dijo que fuera a continuar otra legislatura. No se me hizo promesa alguna. En ese momento yo me sentía con fuerza, pero también entendía que seguramente hacía falta alguien con una adhesión o con unas condiciones diferentes.

—¿Cómo se lo comunicaron?

—Personalmente, como se hacen estas cosas. Tuvimos una conversación y le dije al lehendakari que gracias por la confianza que había tenido en mí, que había sido una experiencia tremenda y que contara conmigo para lo que pudiera necesitar, por supuesto.

—¿Qué hace ahora Nekane Murga?

—Pues trabajar en Osakidetza... Y disfrutar mucho de mi familia y de mis aficiones.

—De los tres últimos consejeros, es la única que no ha pasado a la Sanidad privada.

—Voy a darle una frase: quizás es que no le valgo a nadie. [Risas] No sé si eso es un piropo. Yo siempre he trabajado en Osakidetza. Cuando mi trabajo era de cardióloga, tuve la oportunidad de trabajar en la privada y no lo hice. Y en este momento tampoco he tenido ofertas. En general, es conocido que soy una persona a la que le gusta su trabajo aquí.

—Nunca estuvo afiliada al PNV, ¿verdad? ¿La política queda descartada?

—No, no estaba afiliada. Y la política... He intentado hacer lo que me han pedido con el mayor esfuerzo y voluntad. Hay que dar el paso también a personas jóvenes. Las hay y muy válidas y con muchas ganas. Desde luego, yo siempre voy a estar para para ayudar en la Sanidad pública.

—¿Cómo ve a Alberto Martínez y a la Osakidetza actual?

—Les veo con muchas ganas de introducir cambios y de hacer cosas nuevas. Espero que estos proyectos consigan el objetivo, que es mejorar la salud de la población. Se lo he dicho personalmente: en todo lo que pueda ayudar, que cuenten conmigo. Le mando mucho ánimo, porque es una tarea dura la de transformar y mejorar el servicio sanitario.

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