La tragedia aérea olvidada durante el franquismo: “El piloto tenía una novia y sobrevolaba el pueblo para impresionarla”
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El 24 de septiembre de 1940 comenzó con calma en Petra. La vida intentaba recuperar su curso tras los años de plomo de la Guerra Civil. Era una mañana apacible, con el sol apenas despuntando sobre el horizonte del Pla de Mallorca. Hacía pocos días que se habían iniciado las clases en la Escuela Graduada, y los niños de primer grado trazaban sus primeras letras en los cuadernos. De repente, el rugido de un avión, demasiado cercano, demasiado amenazante, rompió la quietud. Un estruendo sacudió el aire y, en cuestión de segundos, las paredes del edificio se desplomaron.
Ese trágico martes, el cielo se desgarró sobre la localidad mallorquina. Dos niños pequeños, de 5 y 6 años, y un joven teniente de aviación de 24 perdieron la vida cuando un caza militar, vestigio de los días más oscuros de la guerra, se precipitó sobre la inocencia de las aulas. El protagonista del fatídico suceso fue un caza Polikarpov I-16, identificado con el numeral 1W-21, perteneciente al Grupo 28 del recién fundado Ejército del Aire. Este aparato operaba desde el aeródromo militar de Son San Juan, según detalla Andreu Canals, miembro de la Asociación de Amigos de la Aviación Histórica.
Según la crónica publicada al día siguiente en la prensa, aquella mañana de septiembre el falangista Jaime Real Rullán pilotaba un monoplaza durante un vuelo de entrenamiento rutinario junto a otros aparatos de caza, cuando, al sufrir una avería, fue a caer sobre la escuela. El teniente Real estaba realizando maniobras sobre el cielo de su pueblo natal, Petra, cuando la tragedia se desencadenó. La aeronave, sumamente exigente incluso para los pilotos más experimentados debido a su alta velocidad y extrema agilidad, comenzó a tambalearse en el aire, perdiendo altura de forma acelerada.
En una maniobra desesperada, el piloto intentó estabilizar el aparato. Sin embargo, la aeronave entró en barrena y no pudo esquivar el último edificio del pueblo: la Escuela Graduada, hoy Casa Consistorial de Petra. “Por unos pocos metros, impactó contra ses Escoles Velles”, relata Salvador Femenias, actual alcalde de Petra. “El avión cayó justo donde ahora está el despacho del alcalde, y la mesa del profesor estaba en el lugar donde ahora está la mía”, explica Femenias.
En aquella época, la escuela contaba con cuatro aulas y un total de 70 u 80 alumnos. El avión impactó en la clase de los más pequeños. “Si esto hubiera ocurrido hoy, sería un escándalo, pero, como sucedió en 1940, apenas se habló del tema. Mi padre estaba en la escuela ese día. No sé el motivo exacto, pero fue un asunto que se ocultó y del que apenas se habló, probablemente por el ambiente de la posguerra”, concluye el alcalde.
Si esto hubiera ocurrido hoy, sería un escándalo, pero, como sucedió en 1940, apenas se habló del tema. Mi padre estaba en la escuela ese día. No sé el motivo exacto, pero fue un asunto que se ocultó y del que apenas se habló, probablemente por el ambiente de la posguerra
Pero los más ancianos del lugar aún conservan en su memoria algunos detalles de lo sucedido: “El piloto era de Petra, de una familia muy conocida que vivía en Can Real, el edificio donde ahora está el Centro Social. Tenía una novia y sobrevolaba el pueblo para impresionarla. Hizo varias pasadas para que ella lo viera y se estrelló”, recuerda Apol·lònia Bauzá, vecina de Petra de 91 años. Bauzá añade: “Yo estaba en la escuela de niñas cuando sentimos un estruendo enorme. Las maestras no nos dejaron salir, pero luego supimos que un avión había caído sobre la escuela de los niños. Mi marido y su hermano estaban ese día en esa escuela”.
“Poco antes del accidente, una mujer llamó al profesor y él salió del aula. Justo en ese momento, el avión impactó. Si no hubiera salido, el maestro habría muerto también, porque el avión cayó exactamente donde estaba su mesa”, relata Pep Estelrich, vecino de Petra de 85 años, quien explica: “Yo apenas tenía un año, pero una hermana mía, que tenía 15 en ese momento, subió a una casa cercana al lugar del accidente y pudo ver el destrozo. Los restos del avión permanecieron allí durante mucho tiempo. Ella me contó todo lo que vio”.
El piloto era de Petra, de una familia muy conocida que vivía en Can Real, el edificio donde ahora está el Centro Social. Tenía una novia y sobrevolaba el pueblo para impresionarla. Hizo varias pasadas para que ella lo viera y se estrelló
“El choque fue muy aparatoso y violento”
Con una longitud de casi 6 metros y una envergadura de 9, el caza Polikarpov I-16, el primero con tren de aterrizaje retráctil, alcanzaba un peso al despegue de 1.460 kilogramos. La colisión resultó devastadora.
El hecho de que el combustible no explotara podría atribuirse a que el avión se quedó sin carburante justo antes del impacto. Si bien este detalle no disminuye la gravedad del accidente, evitó consecuencias aún más devastadoras y podría arrojar luz sobre las causas del siniestro. De haber habido suficiente combustible para desencadenar una explosión en el momento del choque, las pérdidas humanas y materiales habrían sido considerablemente mayores, ampliando el alcance y el impacto de la tragedia.
El avión atravesó la pared y derrumbó el techo del aula de primer grado, destruyendo pupitres, libros y sueños infantiles en un instante terrible. Sebastián Batlle Barceló, de tan solo 5 años, y Gabriel Maimó Enseñat, de 6, murieron en el acto al igual que el piloto, Jaime Real Rullán, cuyo cuerpo quedó atrapado entre los restos del fuselaje. Otro niño, Miguel Mestre Bauzá, también de 5 años, sufrió heridas graves y fue trasladado de urgencia a Palma. Otros cuatro chavales también resultaron heridos con cortes y contusiones, pero sus vidas, por fortuna, no corrieron peligro. Eran los alumnos Pedro Rosech Rosselló, Jaime Sbert Jaume, Rafael Soler Bauzá y Rafael Bestard Monroig.
El aula quedó irreconocible: un paisaje desolador de cascotes, niños ensangrentados, pupitres rotos, libros cubiertos de polvo y fragmentos de la cabina del avión. El silencio tras el estruendo fue rápidamente reemplazado por los gritos de horror de vecinos y profesores que acudieron para rescatar a los pequeños. “Cuando las madres oyeron que un avión había caído sobre la escuela, salieron todas corriendo hacia allí. Todo el pueblo salió corriendo. Imagínate la desesperación”, rememora Apol·lònia Bauça.
Al día siguiente, miércoles 25 de septiembre de 1940, el diario Baleares, buque insignia de la prensa del Movimiento en las islas, informaba del accidente: “El aparato –del tipo llamado ”Rata“– pilotado por el camarada Real maniobraba sobre Petra con otros aparatos de caza, cuando sufrió una avería que le hizo caer en barrena sobre el citado edificio de la escuela, desplomándose precisamente sobre la parte donde estaba situada la 1ª Clase. El choque fue muy aparatoso y violento, lo que al principio causó mucha impresión porque temían que las víctimas fueran más”.
El diario falangista también explicaba que “en cuanto se supo en la Jefatura de Aviación la noticia de lo acaecido, se trasladaron a Petra el Coronel Manzaneque y personal de Sanidad en sus ambulancias”. Pero el daño ya estaba hecho. Tres vidas se habían perdido y el pueblo, que aún tenía las heridas de la guerra abiertas, quedó paralizado por el horror. La capilla ardiente con los tres féretros se instaló en las dependencias de la escuela pública golpeada.
El “Rata”, un caza revolucionario, pero traicionero
El Polikarpov I-16, conocido como “Rata” por los pilotos sublevados y “Mosca” por los republicanos, representó un avance significativo en la ingeniería aeronáutica de su época. Este caza de fabricación soviética, temido y respetado durante la Guerra Civil Española, era compacto y veloz y su diseño innovador lo hacía una aeronave formidable, pero también extremadamente exigente y con un mantenimiento complejo.
El “Rata” siniestrado había formado parte de un lote de aviones del ejército republicano durante la Guerra Civil. Habían sido repintados con los colores del recién creado Ejército del Aire y lucían la escarapela rojigualda y la Cruz de San Andrés, cubriendo así las insignias originales de las Fuerzas Aéreas de la República. Estos aparatos, integrados en la aviación franquista en la posguerra, enfrentaban serios desafíos operativos: piezas desgastadas, escasez de repuestos y las carencias logísticas propias de la época limitaban gravemente su fiabilidad. Su operatividad dependía de reparaciones improvisadas y de la destreza de los mecánicos, circunstancia que incrementaba los riesgos en cada vuelo.
Diseñado en 1933 por el ingeniero soviético Nikolai Polikarpov e incorporado al ejército republicano en 1936, podía alcanzar una velocidad máxima de 455 km/h y operar a un techo de 5.000 metros, tal y como explican desde la Fundación Infante de Orleans, cuyo Museo de Aviones Históricos conserva el único ejemplar de Polikarpov I-16 en España.
Sin embargo, estas ventajas técnicas venían acompañadas de riesgos significativos. El I-16 era notoriamente inestable y exigía una gran destreza por parte del piloto. Su tamaño compacto y su alta potencia lo hacían extremadamente maniobrable y de rápido despegue, pero también muy susceptible a entrar en barrena si no se manejaba con precisión. Solo los pilotos más experimentados podían aprovechar plenamente su potencial sin exponerse a peligros constantes. Además, el mantenimiento del avión era crucial para evitar fallos, ya que cualquier descuido o desgaste en sus componentes podía convertirlo en una máquina traicionera.
El accidente de Petra desató las especulaciones. Algunas teorías apuntaron a la posibilidad de un sabotaje, alimentadas por el clima de tensión político-militar que aún impregnaba la España de 1940 y apuntaladas por el hecho indiscutible de que el caza se había quedado sin combustible en pleno vuelo. En todo caso, según apunta Andreu Canals de la Asociación de Amigos de la Aviación Histórica, “la explicación más plausible señala un fallo técnico como la causa del desastre”. Jaime Real Rullán, piloto muy joven y con experiencia limitada, se enfrentó a una máquina que no perdonaba errores y “cuyo estado mecánico probablemente no cumplía con las demandas de un entrenamiento rutinario”.
El papel del Polikarpov I-16 en la Guerra Civil
El Polikarpov I-16 desempeñó un rol crucial durante la Guerra Civil Española. Fue el emblema del dominio aéreo republicano en los primeros años del conflicto, imponiéndose con su velocidad y maniobrabilidad a los aviones más anticuados del bando sublevado.
Su bautismo de fuego llegó en la defensa de Madrid, en noviembre de 1936, cuando su aparición en los cielos desató el desconcierto entre los pilotos fascistas. En el Jarama y en Guadalajara, demostró su valía protegiendo a las fuerzas republicanas, actuando con rapidez y precisión. En el frente norte, sobre los cielos de Bilbao y Santander, combatió en condiciones adversas, con una logística mermada que no frenó su despliegue.
El Polikarpov I-16 desempeñó un rol crucial durante la Guerra Civil. Fue el emblema del dominio aéreo republicano en los primeros años del conflicto. Podía alcanzar una velocidad máxima de 455 km/h y operar a un techo de 5.000 metros, pero era notoriamente inestable y exigía una gran destreza por parte del piloto
Durante la batalla de Brunete, se enfrentaron a la creciente amenaza de la maquinaria de guerra alemana, una lucha desigual que se intensificó en los cielos de Teruel y, posteriormente, en la sangrienta batalla del Ebro, donde sus limitaciones se hicieron evidentes. Este fue el principio del fin, que culminó meses después con el desastre en Catalunya.
Según datos de la Fundación Infante de Orleans, durante la Guerra Civil Española, la Unión Soviética suministró un total de 278 aviones. Los Polikarpov de la Aviación de la República se organizaron en siete escuadrillas, cada una compuesta por 12 aeronaves. Entre ellas, las más célebres fueron la Tercera, cuyo emblema era un Seis Doble, y la Cuarta, que llevaba un distintivo de Popeye pintado en la deriva de la cola. Estos aviones lucían en su fuselaje el código CM (Caza Mosca).
Con la derrota republicana, 52 Polikarpov fueron capturados y reutilizados por el bando sublevado. Estas aeronaves, que en su día simbolizaron la lucha republicana, se integraron en la aviación franquista y operaron con el Ejército del Aire en la posguerra. Inicialmente, formaron parte del Grupo 28 en Balears, luego del Grupo 26 en Tablada, Sevilla, y finalmente fueron destinados a la Escuela de Caza en Morón de la Frontera. Allí, el último Polikarpov en servicio fue dado de baja en septiembre de 1953, siendo el desguace su destino.
Los restos del siniestrado Polikarpov permanecieron frente a la escuela durante semanas. Algunos vecinos recogieron fragmentos del fuselaje para reutilizarlos en sus labores agrícolas, mientras las familias afectadas trataban de hallar consuelo en medio del dolor y la confusión. Cada año, dos aviones pilotados por compañeros de Jaime Real surcaban los cielos de Petra en homenaje al piloto y al fatídico suceso, perpetuando en el aire el recuerdo de una tragedia que jamás desaparecerá de la memoria colectiva del pueblo.
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