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Cuestión de paisaje

'Me gustan los tiburones, aunque nunca los he visto'

Cristina Guirao

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Cuestión de paisaje fue la expresión que utilizó un político local para referirse al colapso medioambiental que sufría el Mar Menor, afirmó que era “una cuestión de paisaje”. Y digamos que, sin pretenderlo, dio de lleno en varias cuestiones fundamentales: ¿cómo vivimos y habitamos los paisajes? ¿Qué vínculos emocionales establecemos con los territorios que habitamos y cómo pueden proporcionarnos bienestar?... Obviamente, el político local no respondió a estas cuestiones ni tendría en la cabeza siquiera plantearse su existencia.

Las formas de producir verdad política hoy no se acercan al sentido clásico de verdad, según el cual algo es verdadero si hay “adecuación del intelecto a la cosa”, es decir, si lo que decimos se corresponde con los hechos o con la realidad, el enunciado es verdadero; si no hay correspondencia, es falso.

Hoy sabemos que el modo de existencia de la verdad política es la persuasión, ya ni siquiera el consenso, y ha degenerado hacia aquello de que algo es verdadero si conviene a las campañas políticas, es decir, verdadero es lo que es capaz de convencer a los votantes de que lo es.

Pero sucede que los hechos están ahí y de vez en cuando acechan a los políticos como lobos, aúllan, avisan y hacen saltar las alarmas de una realidad que no se deja atrapar fácilmente en la ficción política. Mas de 220 fallecidos en Valencia a causa de la DANA, cuando el barranco del Poyo, el río Magro y el Turia se desbordaron y cientos de personas inesperadamente se vieron atrapadas por el agua, ante la pasividad de las instituciones (in)competentes, es un hecho que tiene que ver mucho con el paisaje, pero no con un sentido estético del paisaje, sino con las preguntas que nos hacemos sobre cómo lo habitamos.

La muerte súbita por anoxia de miles de peces en el ecosistema Mar Menor, tras el paso de otra DANA, es también un hecho que contradice esa concepción de la naturaleza como un bello bodegón, algo inerte y muerto, que se presta a la contemplación estética. Los paisajes que habitamos están vivos y no son sólo ese bello puerto deportivo al que anclar el barco para tomar el aperitivo, o ese bello proyecto de terreno urbanizable con hileras de adosados en plena rambla. El lugar que habitamos, construimos y destruimos, tiene conciencia y como los lobos, arrasa de cuando en cuando el territorio de la verdad política, en forma de desastres naturales: DANAS, Volcanes, terremotos, anoxias, virus del COVID…  y otras formas de desalojo medioambiental, que la naturaleza -léase el paisaje-, práctica con la especie humana.

'Me gustan los tiburones, aunque nunca los he visto', es el título de la exposición comisariada por Juan Manuel Zaragoza, Anaïs Florin y María Soledad González -Reforma, profesores e investigadores de la Universidad de Murcia, en el centro cultural Puertas de Castilla (Murcia). En ella se muestra el resultado del proceso de investigación llevado a cabo con niños de la localidad de Los Nietos, de origen marroquí y de edades comprendidas entre 12 y 16 años. El objetivo de esta investigación-expositiva ha sido mejorar la comprensión de las relaciones entre las emociones, la naturaleza y el bienestar.

¿Cómo se construyen los vínculos emocionales de la gente joven hacia un territorio dañado? Y ¿cómo afecta esto a su bienestar emocional?... Encontrar los vínculos que nos unen emocionalmente a un territorio tiene que ver con el bienestar que ese lugar nos proporciona, pero también con la memoria y los recuerdos que han construido nuestras vidas. Para alcanzar este objetivo, la metodología que vehiculará este proceso será el arte. El arte entendido como una herramienta fundamental para producir experiencias en los/as jóvenes, para conocer el lugar: sus colores, las texturas, los olores, la vegetación… y para cartografiar el territorio.

Se realizaron cuatro talleres y un curso de vela en la localidad de Los Nietos. Un taller de frottage para atrapar colores y texturas del suelo en el paseo marítimo; un taller de cianotipia para fotografiar las plantas, un taller cartográfico para construir mapas sobre los que situar los lugares importantes en el espacio vivido y un taller de pancartas reivindicativas. Cada participante realizó su plano de vivencias y juntos resumieron en un mapa común los lugares vivenciados por todos. Tras esta primera experiencia, que les permitió conocer el territorio, los participantes realizaron un curso de vela y navegaron el Mar Menor.

“Lo que van a ver en esta exposición es un intento de hacer filosofía con los pies en el mar. Es decir: de hacer filosofía de una forma distinta. Una forma que es, en primer lugar, coral. Que se hace en equipo. Y esto es así porque los problemas que enfrentamos son cada vez más complejos y requieren del concurso de un número cada vez mayor de saberes. En este proyecto han participado filósofos, por supuesto, pero también artistas, geógrafos, psicólogos, antropólogos...todos ellos implicados en buscar una respuesta a un problema que nos parecía importante: ¿cómo se constituye la relación sentimental que mantenemos con un territorio? Aún más, ¿es lo que llamamos "territorio" el resultado de una forma concreta de experiencia, de relación? Y en tal caso, ¿por qué privilegiamos algunas de estas formas y despreciamos otras? ¿Podemos componer "territorios" en común? Y si así fuera, ¿cuántos?”

Filosofar con los pies en el mar consiste, como expresa su comisario Juan Manuel Zaragoza en este texto, en pensar con los pies en el lugar donde habitamos. Y nada más urgente para el pensamiento contemporáneo, que aterrizar en esta crisis de habitabilidad en la que andamos, que nos tiene con el agua al cuello y sin poder hacer pie.

'Me gustan los tiburones, aunque nunca los he visto', no es una exposición a la que ir a contemplar el hecho artístico. Una exposición que pretenda ilustrar, exhibir o performativizar una idea. No. En este caso estamos ante un proceso artístico que pretende producir una experiencia, la experiencia de investigar cómo se construyen las emociones, el bienestar y los cuidados que necesitamos para volver a habitar los territorios. Así pues, el final de todo esto no es la exposición detallada que pudimos ver en el Puertas de Castilla: los frottages, las cianotipias, los mapas, las pancartas o las pantallas de los videos mostrando imágenes del curso de vela y a los chicos y chicas navegando entusiasmados. No, el final de esta exposición es solo un principio, el principio de algo que está más allá de ser una cuestión de paisaje.

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