Olvídate de tu carrera. Hoy lo que importa es la herencia
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El título de esta columna no es invención propia. Así es cómo subtitula ‘The Economist’ un monográfico llamado ‘Cómo hacerse rico en 2025’. La publicación económica inglesa viene a decir que estamos volviendo a sentirnos cómo se sentía la madre de Jane Bennet en ‘Orgullo y Prejuicio’ cuando se enteró de que el señor Bingley estaba de visita por la zona y había puesto sus ojos en su hija. A la matriarca de los Bennet no le interesaban sus modales, su caballerosidad, su generosidad o su despampanante belleza: lo que le interesaba del señor Bingley es que era heredero, un gran heredero.
¿A la generación millenial y a la Generación Z podría escribirnos ahora mismo Jane Austen mirando por su ventana en un día lluvioso como hoy? Pues prácticamente. Porque para predecir el estatus económico de una persona de entre 20 y 40 años ya es necesario tener en cuenta su riqueza familiar, casi más que su educación.
Desde mediados del SXX, la sociedad se moldeó pensando en la clase en términos de empleo. Es decir, si habías cursado una educación superior, si habías conseguido un buen trabajo, con un buen sueldo, eso reflejaba normalmente la clase a la que pertenecías. De base, a una clase media cada vez más creciente desde los años 60. Pero hoy en día es la propiedad, y no el empleo, la que está determinando las oportunidades y la clase a la que pertenecen la mayoría de los trabajadores.
La dura realidad es que comprar una propiedad basándose solo en el salario es cada vez más improbable para mi generación y la generación posterior. La tasa de propiedad de vivienda entre los jóvenes españoles ha descendido 37 puntos porcentuales en 11 años. Así los señala la Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España: los hogares con miembros menores de 35 años y que tenían una vivienda en propiedad han caído desde el 69,3% en 2011 al 31,8% en 2022. Hablamos, claro, de jóvenes trabajadores.
Así que existe una brecha bastante profunda entre los jóvenes que esperan recibir algo de sus padres y aquellos dolorosamente conscientes de que no lo recibirán nunca. Y también existe una brecha –esta profundísima- entre los jóvenes que han recibido dinero de sus padres para pagarse la entrada de un piso (o los que están avalados por sus pares) y aquellos que saben que no lo podrán recibir y, por tanto, puede que les cueste varias décadas acumular los ahorros suficientes para la entrada de una vivienda basándose únicamente en su salario.
No es solo un problema evidente de desigualdad de riqueza entre generaciones, también es un problema de inmovilidad social. ¿Tienes una propiedad y además la expectativa de recibir una buena herencia? Subirás seguro un escalón social o varios. ¿No la tienes? Te quedarás en tu fantástico escalón de alquiler por 1200 euros al mes. Y no te pongas demasiado cómodo porque como te despidan te toca volver a vivir en el escalón de tus padres. Sí, con más de treinta años.
Esto no es injusto, pensarán los merecedores perceptores de una herencia basada en el esfuerzo y el trabajo de sus padres. Por supuesto que no lo es. Así ha sido siempre. No hay nada reprochable en heredar dinero o bienes, ni tampoco en transmitirlos a otros. Lo injusto es que ahora mismo la educación y el bagaje y esfuerzo laboral propios ya no determinen, de forma mayoritaria, la clase a la que uno pertenece.
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