Patriotas europeos

He sentido a menudo con humillación irritada la debilidad de las grandes democracias frente a la impudicia audaz de los estados totalitarios
Mientras comentaba en directo en La Sexta la infamia que acaecía en la Casa Blanca, en la memoria se me mezclaba el Trump despatarrado y altanero, con ese abominable dedo meñique en alto, con una imagen de mis vacaciones estivales: decenas de jovencitos pálidos, con dieciocho años recién cumplidos, en uniforme militar cumpliendo con su deber y patrullando en su verano de servicio la enorme frontera de taiga y lagos que separa Finlandia de Rusia o sea la Unión Europea de Rusia; esa inmensidad boscosa que materializa el riesgo que acecha directamente a los europeos. A ellos, a los países bálticos, a Polonia, a Escandinavia, a Rumanía, a Hungría aunque no lo vea, y a medio plazo al resto del continente. La guerra de Ucrania es una carnicería iniciada por un sátrapa irredentista pero lo peor es que su terror no acaba ahí.
El reality show del despacho oval -Trump lo decía a cada poco: “¡Esto es una mina de audiencia, el minuto de oro televisivo!”- ha venido a mostrar incluso al más ciego el cambio de pantalla de la geopolítica mundial. Estados Unidos ya no es un aliado de Europa sino que quiere serlo de Rusia, sobre todo para alejarla de China que es su adversario real. No es nuestro amigo, nos está repartiendo como a cromos, en un área de influencia que le corresponde a Putin. No le interesamos. Bienvenidos a un futuro de orden mundial más parecido al del siglo XIX que a cualquier cosa que hayan conocido. El mundo que hemos vivido ha saltado por los aires y lo que es peor nuestra forma de vida puede saltar con él. En ese plano creo que la inaudita pérdida de formas, de diplomacia, de humanidad que mostró ayer Trump ha sido una ayuda para desvendar ojos y para descubrir traidores.
Ahora somos mayoría los que tenemos claro que si queremos seguir viviendo en paz, en democracia y con estado del bienestar nos tenemos que poner las pilas porque nadie nos va a sacar las castañas del fuego. En eso, insisto, coinciden la mayoría de los españoles y la mayoría de los europeos. Puede usted lector gritar, y estará en su derecho, “¡pues yo no!”. Es una minoría, asúmalo. Ha llegado el momento de que las mayorías hagan oír su voz, sobre todo porque de ello depende nuestro futuro y el de las generaciones venideras. El viernes en la Casa Blanca sonó el clarín que precede a la hora de la verdad. Da mucho miedo pensar que nuestros líderes pueden no estar a la altura aunque más miedo da pensar que se constriñan y olviden la llamada del deber haciendo pequeños cálculos personales o electorales. Señores míos, la hora de la historia ha sonado también para ustedes y corren el riesgo de que les arrolle.
Las reacciones al intento de humillación infantil, cruel e inasumible ejecutado con precisión por Trump, Vance y Musk -que tenía preparada la IA para presentar a Zelenski con un mono naranja de presidiario- se fueron sucediendo a diverso ritmo. El líder polaco casi el primero, aunque quedan aún siete u ocho países europeos por pronunciarse. En nuestro país ni Sánchez ni Feijóo dudaron, Puigdemont ni el PNV tampoco pero los extremos que se han juntado ahora con el corazón en el mismo bando fueron más remisos. Vox, con Trump que ahora no es nuestro amigo. Podemos, con una larga cambiada de olor rancio -OTAN no, bases fuera- exigiendo una salida de la organización ridícula ahora que es Estados Unidos el que de facto se ha ido de ella. De lo de Ucrania y lo de Putin se quedan bailando. ¡Qué inmensa paradoja que Vox y Podemos se queden ahora en un lado de la brecha frente al resto de los europeos patriotas! Es que ni Mélenchon, oiga, ha dudado: “En cualquier caso, Zelenski fue valiente. Sin su aplomo, nuestro continente ostentaría el estatus de una simple colonia de Estados Unidos, cuyos dirigentes se felicitarían mutuamente junto a su amigo Trump”. ¡Venga, Pablo, Irene, Ione que os quedáis solos en la orilla de Putin! Bueno, solos no, con Santi que aplaude como un idiota la amenaza de Trump sobre su país y su continente.
Ha llegado el momento de sentirse europeo de verdad. Va a ser fácil por oposición a la presión inaceptable de ese tirano de la estepa y de ese tipo que viene a Múnich a decirnos que no sabemos lo que es una democracia, que ellos y sus millones nos lo van a mostrar. Ser europeo es exigir que nuestros líderes estén a la altura pero también estarlo nosotros. Nadie defiende la finca mejor que el amo y nadie va a defender nuestro estilo de vida y nuestras democracias humanitarias mejor que nosotros mismos. Pelear por la idea de Europa es pelear ahora por todo lo que nos interesa: la democracia, la libertad, la autonomía, la sanidad universal, la educación para todos, la cultura, el respeto a las minorías y a la diversidad de lenguas y tantas otras cosas que nos unen. Trump está luchando por la pasta y por no perder su lugar imperial en el mundo. Nosotros también sabemos qué es lo que nos interesa y lo que queremos y ya no es lo mismo que lo que quieren ellos.
No es ninguna broma. Lectores comentaban el otro día que me habían pasado a la sección internacional o que me había pasado yo para no mojarme. Perdonen pero si hay algún lugar en el que mojarse ahora mismo es este. Lo decisivo es más que lo importante o lo urgente o lo interesante o lo táctico. No sólo es decisivo sino que va a marcar decisivamente las políticas interiores de todos los estados de la unión en los próximos meses.
Los patriotas europeos, los demócratas, los defensores de las libertades somos en toda Europa los más fuertes. Ha llegado la hora de demostrarlo. No sólo avanzando hacia una defensa común sino hacia un posicionamiento geopolítico común y una autosuficiencia en materias decisivas que podemos necesitar en el futuro. Aprovechemos ahora que estamos de acuerdo al fin en algo.
El mundo que conocíamos ha cambiado, está cambiando siempre. Es hora de sacudirnos las ideas recibidas, los eslóganes, los mantras de juventud y mirar desapasionadamente lo que está pasando. A Zelenski se lo dejaron claro en la encerrona de la Casa Blanca y con él a todos nosotros.
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