El general que intentó reemplazar el himno español y montó un concurso para conseguirlo

Es un sonido que atraviesa el tiempo. No importa si suena en un estadio abarrotado, en un desfile militar o en la televisión durante un evento oficial: su melodía es inconfundible. No tiene palabras, pero eso nunca ha sido un problema. Se tararea, se siente, se reconoce al instante.
La Marcha Real ha acompañado la historia de España durante siglos, y su presencia se ha mantenido firme pese a los intentos de cambio, los vaivenes políticos y las disputas sobre su legitimidad. Pero lo curioso es que su historia, lejos de ser un simple trámite institucional, está llena de giros, decisiones y un concurso que prometía encontrar un nuevo himno… pero que terminó sin ganador.
El concurso que intentó reemplazar el himno y fracasó
A mediados del siglo XIX, España vivía una etapa convulsa. La revolución de 1868 había sacudido los cimientos de la nación, derrocando a Isabel II y buscando una renovación radical en todos los aspectos del país. La música no quedó fuera de esta ola de cambios.
La antigua Marcha de Granaderos, que había acompañado a la monarquía desde el siglo XVIII, fue vista como un vestigio del pasado que debía ser eliminado. Así que se tomó una decisión drástica: abrir un concurso para elegir un nuevo himno. Pero lo que parecía una solución sencilla se convirtió en una tarea mucho más difícil de lo esperado.

La convocatoria, firmada por el general catalán Juan Prim el 4 de septiembre de 1870, establecía unas normas claras: la melodía debía tener “un compás de compasillo, de estilo brillante y majestuoso” y el ganador recibiría “una distinción honorífica y 2.000 pesetas”.
Para evitar favoritismos, las partituras debían enviarse en sobres lacrados, sin revelar la identidad del compositor hasta después de la selección. La respuesta fue abrumadora. Según el coronel Juan María Silvela Miláns del Bosch, en su dossier El Himno nacional, se aceptaron 447 marchas, aunque es posible que se recibieran muchas más. Entre los participantes se encontraban algunos de los mejores músicos del momento, como Tomás Bretón, Ruperto Chapí, Federico Chueca y Manuel Penella.
Las composiciones reflejaban el contexto de la época. Muchas hacían referencia a la caída de la monarquía, a la batalla de Alcolea o al espíritu patriótico que impulsaba el cambio político. Algunas incluso recordaban a la Marsellesa, algo comprensible teniendo en cuenta la influencia francesa en aquellos años. Entre las más destacadas estaban ‘¡¡Iberia!!!, de Manuel Albert de la Peña, Marcha Real Democrática, de Bretón, y La Libertad de la Patria, de autor anónimo. Sin embargo, a pesar de la calidad de las obras presentadas, la selección final se convirtió en un problema.

El jurado, compuesto por los compositores Miguel Hilarión Eslava - sustituido por Baltasar Saldoni -, Francisco Asenjo Barbieri y Pascual Juan Emilio Arrieta, tenía la difícil misión de elegir hasta tres finalistas. Pero tras días de deliberación, llegaron a una conclusión sorprendente: ninguna de las composiciones presentadas estaba a la altura.
Según Silvela Miláns del Bosch, justificaron su decisión alegando que “en los cantos nacionales, a pesar de su mayor o menor bondad artística, entra por mucho la significación que les presta la costumbre o el capricho de los pueblos”. Además, consideraban que “nuestra antigua Marcha Real era artísticamente de lo mejor y de lo más apropiado que puede inventarse”.
El himno era tan bueno que convertía en mediocres al resto
Así, el concurso fue declarado desierto y la Marcha Real volvió a ocupar su lugar como himno. El 8 de enero de 1871, Amadeo I de Saboya, el rey recién elegido por el Parlamento español, oficializó su uso como Marcha Nacional. Pero su historia no terminó ahí. Hasta el siglo XX, la música se interpretaba principalmente con pífanos y tambores, propios de una banda de guerra. No fue hasta el 27 de agosto de 1908 cuando Pérez Casas, director de la banda de alabarderos de Alfonso XIII, realizó los arreglos necesarios para adaptarla a una banda de música completa, incluyendo oboes, clarinetes y otros instrumentos de armonía.
Desde entonces, el himno ha pasado por diferentes etapas, pero su esencia se ha mantenido intacta. Fue sustituido durante la Segunda República por el Himno de Riego y recuperado en 1937 por Francisco Franco. A lo largo del tiempo, ha sufrido algunos ajustes, pero siempre conservando su melodía original. Puede que no tenga letra, pero sigue siendo una de las composiciones más reconocibles de España.
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