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R.E.M. en el Teatro de Rojas: el sueño del circo y la pedagogía de la escena

R.E.M. La Trocola Circ

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Los sueños tienen la capacidad de transportarnos a mundos desconocidos, de desafiar la lógica y de convertir lo imposible en realidad. Y pocas artes como el circo saben materializar ese viaje entre lo tangible y lo onírico con la misma destreza. En R.E.M., la última propuesta de La Trócola Circ, el escenario del Teatro de Rojas se transformó en un espacio donde la imaginación y el riesgo se entrelazaron para crear un espectáculo de una potencia visual y emocional inolvidable. Bajo la dirección artística de Lucas Escobedo, esta obra híbrida entre circo contemporáneo, teatro físico y danza, no solo deslumbró al público con su virtuosismo técnico, sino que consolidó la escena como un espacio de formación y descubrimiento, especialmente para las nuevas generaciones.

Desde el primer instante, el espectador comprendió que no estaba ante una función convencional. Cuatro camas ocupaban el escenario, objetos cotidianos que pronto se transformaron en plataformas de vuelo, refugios, barreras a superar y trampolines hacia el vacío. De esta escenografía mínima nació un universo simbólico en el que las emociones se narraban a través del movimiento y donde la corporalidad de los artistas hablaba con una elocuencia que superaba cualquier palabra.

El espectáculo exploró con maestría el lenguaje del circo contemporáneo: malabares en alturas, portes acrobáticos, equilibrios imposibles y una sincronización precisa entre los cuerpos en movimiento. Sin embargo, más allá de la proeza técnica, R.E.M. supo imprimir a cada gesto una carga dramática innegable. La obra abordó con sensibilidad cuestiones universales como la autoexigencia, el miedo al fracaso y la necesidad de lanzarse al vacío para alcanzar los propios sueños. Sin recurrir a diálogos ni narraciones explícitas, logró transmitir una historia íntima y a la vez colectiva, en la que cada espectador pudo reconocerse.

Pero R.E.M. no solo fascinó por su calidad artística. En su esencia late un propósito fundamental: acercar el teatro y las artes escénicas al público infantil y familiar, convirtiendo la escena en un espacio de aprendizaje y reflexión. La obra se erige como un puente entre la infancia y el lenguaje escénico contemporáneo, ofreciendo una forma de narrar alejada de los convencionalismos y abriendo la puerta a nuevas formas de expresión.

Desde las primeras piruetas hasta los momentos de mayor tensión, los niños y niñas del público vivieron la función con una intensidad única. Sus expresiones de asombro, sus risas espontáneas y la manera en que sus cuerpos se inclinaban hacia adelante, pendientes de cada movimiento, revelaban una entrega absoluta a la experiencia. Para ellos, cada salto era un descubrimiento, cada caída, un misterio, cada reencuentro en el aire, una celebración del equilibrio perfecto entre confianza y riesgo.

La iluminación y la música, compuesta por Raquel Molano, jugaron un papel crucial en la construcción del relato sensorial. Con cambios sutiles pero efectivos, la luz guiaba la emoción, delineando la fragilidad del sueño o la intensidad del desafío. La banda sonora, por su parte, potenció la atmósfera onírica, oscilando entre la ternura y la inquietud, envolviendo a los espectadores en un estado de contemplación activa.

El valor pedagógico de “R.E.M.” radica precisamente en esta capacidad de transmitir y de enseñar. La obra permite que niños y adultos experimenten el teatro no como un simple entretenimiento, sino como una invitación a la reflexión, al descubrimiento del lenguaje corporal y a la apreciación de la disciplina y el arte que requiere cada movimiento. En una época donde la inmediatez y la sobreestimulación visual predominan en la infancia, propuestas como esta reivindican la necesidad del teatro como espacio de atención, de asombro y de aprendizaje sensorial.

En medio de esta travesía onírica, la fuerza del histórico mensaje de Martin Luther King resonó con especial significado. “I have a dream”—yo tengo un sueño—no es solo una frase icónica, sino una invitación eterna a creer en la posibilidad de un mundo mejor. En tiempos donde la incertidumbre y la tensión global parecen ganar terreno, recordar que los sueños pueden ser el motor de la transformación y la paz resulta más pertinente que nunca. Y así lo demostró R.E.M., al convertir cada salto en un acto de compromiso y cada acrobacia en una metáfora del esfuerzo colectivo por alcanzar un horizonte más justo y armonioso.

Cuando el último aplauso se diluyó en la sala y la luz del teatro regresó a su estado cotidiano, quedó una certeza flotando en el aire: el arte escénico sigue siendo un territorio fértil para el asombro, el pensamiento y la emoción. “R.E.M.” no solo nos recordó la importancia de soñar despiertos, sino también el poder transformador del teatro como herramienta de crecimiento, tanto artístico como humano. Una experiencia que, sin duda, sembró en el público infantil la semilla de la curiosidad y el amor por la escena, asegurando que, en algún rincón de sus mentes, esta función permanecerá como el primer destello de un futuro espectador apasionado, o quizá, de un futuro artista.

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