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“La acaparación de tierras para el cultivo de soja está destruyendo nuestra forma de vivir”

La activista paraguaya Perla Álvarez. FOTO: Pablo Tosco/Intermón Oxfam

Ana Requena Aguilar

Madrid —

Perla Álvarez es de Paraguay, tiene 42 años y es una conocida defensora de los derechos humanos en su país. Presidenta de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI), donde forman políticamente a mujeres para que participen en los espacios de decisión, denuncia el acaparamiento de tierras para el cultivo de soja transgénica que está llevando a miles de personas en Paraguay a la exclusión y el hambre. Estos días ha participado en el primer Encuentro Internacional de Mujeres que Transforman el Mundo, organizado por Intermón Oxfam en Madrid.

Denuncias el acaparamiento de tierras que está teniendo lugar en Paraguay para el cultivo de exportación, ¿cuál es la situación ahora en el país?

En este momento, la economía del país se basa en el modelo agroexportador, que tiene dos patas: el modelo sojero y el modelo ganadero. El modelo sojero es el principal responsable de la expulsión de campesinos y campesinas y de comunidades indígenas hacia las ciudades. En los últimos treinta años, hemos tenido una deforestación extraordinaria, prácticamente hemos perdido casi todo el área forestal de nuestro país para poder permitir el desarrollo de este modelo. Tenemos aproximadamente casi cuatro millones de hectáreas, con posibilidades de expandirse hasta casi cinco este año. Para el territorio y la población que tenemos es una cantidad extraordinariamente grande, y los efectos sobre la vida de la gente son muy preocupantes.

Este modelo sojero ha incorporado la semilla transgénica de soja, trigo y maíz porque se hace una rotación entre estos tres cultivos. Los tres no son de consumo interno, sino que están destinados a la exportación. Las ganancias de las empresas salen fuera del país porque son grandes multinacionales las que se benefician de ello. Empresas como Monsanto, que es la proveedora de semilla, como Cargill o como ADM, que distribuye los insumos. Es un gran paquete tecnológico que incorpora el uso de la tecnología a grandes extensiones de tierra y que trae empleo casi nulo al campo.

¿Eso quiere decir que este modelo no está logrando que haya más oportunidades de trabajo sino menos?

Por primera vez en la historia de nuestro país estamos teniendo desempleo en el campo, entendiendo empleo como la generación de trabajo que permite vivir a la gente de ello. Nuestra cosmovisión no considera la tierra solamente como un bien para producir y vender, sino también para el autoconsumo, que necesita más espacio para tener diversidad de alimentos y animales y garantizar la subsistencia de las familias y la generación de ingresos. Ahora el modelo es de una injusta distribución de la riqueza. 2011 fue el año récord de ganancias en términos de país, crecimos el 14%, pero la riqueza se concentra en un 2% de la población que controla el 85% de las tierras. La concentración de riqueza, de las tierras y los bienes naturales está en ese grupo económico, que impone sus sistema político, ideológico y la dominación social en nuestro país.

¿Cuáles son las consecuencias de este modelo de producción?

Destruye nuestra forma de vivir y nuestra dignidad, es violencia estructural que genera otros tipos de violencia, y no hay políticas de estado que ayuden a mitigar sus efectos. Este modelo está afectando a la salud de mujeres y niños. Hay pruebas de que en las zonas en las que se ha introducido el modelo sojero, que es la zona sur y este del país, hay malformaciones congénitas entre los niños que nacen, y se vinculan al uso de agrotóxicos. Pero hay otros estudios en el sur de Brasil en los que consta que incluso en ciudades cercanas a cultivos de uso intensivo de agrotóxicos se encontraron restos de estos productos en la leche materna. Es muy grave para la salud humana.

Pero, además, es una sobreexposición de las mujeres a una vulneración de sus derechos, porque la primera expulsión que se genera es la de las mujeres. Los hombres se quedan sin empleo en los campos, entonces las mujeres salen a las ciudades a trabajar en el servicio doméstico, y de ahí pasan a fuera del país, a Argentina, a Brasil, a España, a Italia. Y se exponen a situaciones de explotación sexual y laboral. Conocemos casos de mujeres que están en situación de semiesclavitud en las maquilas [fábricas textiles], viven encerradas trabajando durante más de doce horas al día y no tienen acceso a sus propios documentos de identidad. También son vulnerables a convertirse en víctimas de trata, una ruta de trata conocida pasa por Paraguay.

Por otro lado, la destrucción de toda nuestra forma de vida en las zonas campesinas hace que las mujeres tengamos una sobrecarga de trabajo, pero también que sea cada vez menos valorado: no se visualiza, no se ve cuál es el aporte económico de la mujer en la subsistencia de las familias. Por ejemplo, las mujeres son las que resisten en las comunidades, pero no tienen el reconocimiento oficial como lideresas. Es una lucha que están llevando a cabo las mujeres indígenas: la legislación habla de líderes, no de lideresas; no se prohíbe que lo sean, pero tampoco se las reconoce. Una compañera fue elegida en la asamblea comunitaria como lideresa, pero el Estado no la reconoció como tal. Estuvo tres años luchando, logró que los líderes varones de otras comunidades la reconociera y ya logró que el Estado también lo hiciera.

Entonces, ¿está aumentando la desigualdad en el país?

Ha aumentado mucho. Somos un país pequeño en población y territorio, y los bienes naturales de que disponemos podrían permitir el desarrollo de toda la población si hubiera una distribución más igual. Pero de los siete millones de habitantes, el 50% viven en la pobreza, y de esta cifra hay un alto porcentaje de extrema pobreza, personas que no tienen la garantía de comer todos los días. Hay mucha gente que sí tiene satisfechas necesidades básicas como la alimentación, pero no el agua potable, la educación, la salud u otros servicios. Uno de los mecanismos de exclusión es la destrucción de caminos comunitarios, y así no hay forma de que las comunidades saquen su producción para venderlas en los mercados locales. Esto produce una desmotivación y hace que las comunidades dejen de producir o lo hagan muy poco, y su economía se va deprimiendo. Las comunidades son pequeñas y las políticas públicas no las atienden. Los caminos por donde pasa la soja los mantienen las empresas, y ya no hay transporte público. Cada vez se aíslan más las comunidades y se llega a perder el sentido de la orientación en medio de un mar de soja y trigo.

¿Y por qué ha cogido tanta fuerza ese modelo sojero?

El modelo está instalado desde hace treinta años, sólo que el avance era antes más lento porque se hacía con agricultura convencional. En estos últimos diez años, la incorporación de la semilla transgénica, que requiere de una alta tecnología, aceleró el proceso. El impulso internacional del comercio de soja también lo ha acelerado: Europa se ha convertido en un consumidor extraordinario de soja para la alimentación de cerdos y vacas pero también para la producción de agrocombustibles. Ese impulso internacional, y el riesgo de que se acabe el petróleo y, en consecuencia, la necesidad de buscar alternativas, hizo saltar el valor de la soja y las multinacionales vieron su oportunidad. Paraguay es un territorio fértil y el propio presidente dice que tenemos bajos impuestos, mano de obra barata y legislación flexible.

¿Qué estáis haciendo desde la sociedad civil para luchar contra este modelo?

La lucha. No es fácil porque la expresión política de este modelo impone la idea de que esto es lo mejor, y eso cala hondo. Todos los medios de prensa comercial son cómplices, lo muestran como el modelo de desarrollo, el resto es atraso. Nosotros promovemos la agroecología, la recuperación de semillas nativas, la posibilidad de que nuestra producción sea comprada para el uso de instituciones públicas como hospitales y escuelas... Por otro lado, la promoción de la agricultura campesina la desarrollamos en el día a día. Mucha gente que está en el territorio defendiendo esto se ve amenazada. Hay muertes y asesinatos selectivos en regiones donde se está expandiendo este modelo, donde aún no ha llegado con tanto ímpetu, como en el norte del país. Esa zona está militarizada. La respuesta es la organización, la formación, la movilización, la denuncia.

En tu asociación formáis a mujeres y tenéis incluso un programa de televisión, que se ha hecho muy popular, donde recuperáis costumbres campesinas...

Las mujeres responden a la violencia con inteligencia, con la palabra. Nuestro trabajo con las mujeres apunta a que hagamos oír nuestras voces, a que demostremos haciendo. Recuperamos semillas, contamos con nuestros propios programas de radio y televisión, nuestra propia revista de información... Consideramos que el trabajo colectivo es una buena estrategia para afrontar esta situación.

En el programa de televisión mostramos cómo recuperamos el valor del trabajo, el de las mujeres en particular y el de la población indígena en general. Politizamos nuestras demandas cotidianas en los espacios de conversación del programa, hablamos desde lo cotidiano y lo sencillo pero de cosas importantes. El componente atractivo es el de la alimentación, recuperamos recetas, las mostramos desde la huerta, y esto nos vincula a la gente.

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