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Cierra el Bazar Matey, la histórica tienda de Chamberí que guardó la memoria de tres generaciones a través de las maquetas

Un hombre contempla el escaparate del Bazar Matey, con el cartel de liquidación por cierre, mientras un niño atraviesa la calle.

Guillermo Hormigo

Madrid —
27 de marzo de 2025 06:00 h

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En los últimos días del Bazar Matey, la tristeza por su cierre se mezcla con la ilusión de los más pequeños. Niños y niñas descubren, quizá por primera vez, la majestuosidad de una gran maqueta de un tren atravesando una montaña. O la elegancia de un cadillac en miniatura. Miradas nostálgicas y curiosas se agolpan en el escaparate de este histórico negocio de Madrid, donde el cartel de “liquidación por cierre” es la señal que anticipa el fin de un comercio, más bien de una pasión.

El punto y final de una historia que se remonta a 1931, cuando Antonio y Santiago Matey abieron una papelería en la céntrica calle Fuencarral, en la parte de Chamberí. Dos décadas más tarde, en 1954, se transformó en el hasta hoy conocido como Bazar Matey. Llegaron los juguetes y las figuras, pero sobre todo unas maquetas y una apuesta por el modelismo que se convirtió en el gran símbolo de Matey. A ello dedicaron íntegramente la tienda los hijos de Santiago, Fernando y Santiago, cuando se hicieron cargo de la tienda en los setenta.

Ahora llega la tan temida clausura definitiva, después de una mudanza forzosa en 2014 por el fin de la renta antigua, que les llevó de Fuencarral al número 1 de la calle de la Santísima Trinidad. Fernando se ocupaba ya del negocio sin su hermano Santiago, por entonces jubilado y en la actualidad tristemente fallecido. El que ha sido sede de su establecimiento durante once años cuenta con dos plantas, conectadas por una escalera cuyas paredes están decoradas con preciosos y clásicos carteles de aviación, navegación o motociclismo (elementos que, por cierto, están también a la venta). El piso de abajo, sin embargo, presenta un paisaje desangelado ante una falta de existencias ya notoria.

De vuelta al mostrador de la planta principal, Fernando atiende brevemente a este periódico. Lo hace resignado, pero sobre todo atareado: “Lo siento mucho, pero como comprenderás estamos hasta arriba”. No es ninguna excusa: a las decenas de encargos telefónicos se añade el trasiego de la tienda, que según su dueño cerrará “justo antes o justo después de Semana Santa”.

Un cliente se desplaza por el establecimiento con una cesta a rebosar de variopintos productos (la mayoría tienen descuentos del 20 o el 30%). Otro se lleva un bote de agua artificial para maquetas, mientras recuerda viejas anécdotas con el propietario (que le sigue la corriente, porque si algo sabe un comerciante es que con un comprador habitual la cortesía se impone a las prisas). Un tercero expone sobre el mostrador el detallado plano de la maqueta de un avión militar. Le sirve para dar indicaciones a una de las empleadas, ya que quiere comprobar si todavía disponen de ese modelo exacto.

Una paradoja del lugar es que, mientras la inmensa mayoría de compradores son hombres, varias mujeres lo han sacado adelante estos últimos años junto a Fernando. A una de sus hijas se unen otras tres trabajadoras, dos de las cuales atienden todo tipo de obligaciones mientras Somos Chamberí visita el lugar. “Es una lástima”, se limita a declarar Laura, la dependienta que indica al expeditivo cliente dónde encontrar su ansiado avión militar.

Fernando se lo toma con humor: “Hay que darle ánimo sobre todo a los clientes, ellos están peor que yo”. Prefiere no revelar los motivos de la clausura, aunque unos cambios de consumo que han reducido drásticamente las ventas del sector y unos precios del alquiler disparados en la zona son las razones más plausibles, según varios clientes.

Sí apunta que estos días le han deparado estampas tan preciosas como “un abuelo, su hijo y su nieto visitando la tienda”. Esta imagen, aunque sea reducida a dos generaciones, se repite durante en presencia de este medio. Padres e hijos o abuelos y nietos a los que se les cae la baba mirando la gran maqueta del escaparate o recorriendo unos estantes, eso sí, cada vez más vacíos.

Uno de estos progenitores señala a su pequeño todos las reproducciones de trenes que coleccionaba. “Este además lo he conducido yo”, indica este hombre de profesión maquinista. Cuando le pone uno en las manos, guardado en su cajita, el niño sonríe emocionado. “Los comproba con tu tío Pedro, el hermano del yayo”, le cuenta. Así, como si nada, la conversación pasa de versar sobre maquetas a ser un repaso del árbol genealógico familiar. Es el poder de esos objetos que se convierten en relicarios de la memoria.

Del efecto mágico de estas maquetas y reproducciones en miniatura sabe mucho Jose, cliente ocasional de Matey. Entra a echar un breve vistazo, aunque esta vez decide no adquirir nada. “Se vende lo que se vende y el alquiler aquí es muy caro”, lamenta al ser preguntado sobre el cierre del local. En él ha comprado habitualmente maquetas y pinturas con las que dedicarse a su gran pasión: “Hago aviones. Tanques también, pero sobre todo aviones”.

“El problema de estos negocios es que ahora tienen la competencia de Internet. Ahí no hay locales físicos, ni gastos, ni contratan gente”, dice para volver a los motivos de la clausura. Sergio Moro, propietario de un canal de YouTube dedicado al modelismo en todas sus variantes, ha expuesto en varias ocasiones la pérdida de afición que provoca la desparición de espacios físicos. Los escaparates son la primera e impresionante toma de contacto para muchos niños con esta disciplina, como queda patente durante la visita de este periódico a Matey. La bajada de calidad por la producción derivada de Alemania a China, a la vez que los precios no dejaban de incrementarse, es sin embargo la gran crítica de este apasionado de la materia.

Jose, por contra, no se deja llevar por un discurso catastrofista o tecnófobo: “Es verdad que esto ha cambiado mucho. Yo empecé con unos 12 años, cuando el modelismo era una plaga y todas las tiendas de Madrid tenían una parte dedicada a ello, fuesen droguerías o papelerías. Además ahora parece que tenemos menos tiempo para todo y hacer una maqueta requiere mucha dedicación. Pero al mismo tiempo sigue habiendo mucha gente a la que le gusta e Internet ha servido para unirla. Veo muchos tutoriales en YouTube. Es diferente, pero todavía hay todo un mundo dedicado al modelismo”.

La pasión irreflenable que despierta en los más pequeños no ha desaparecido, desde luego. La mayoría de los niños que observan obnubilados el escaparate lo hacen después de que detenga el paso un abuelo nostálgico o una madre transportada a su infancia. Pero en cuanto fijan sus ojos en Matey, alucinan con el nuevo universo que se despliega ante su mirada.

Algunos, incluso, ni siquiera necesitan ese primer impulso de un adulto con morriña. Es el caso de un pequeño que corretea detrás de su madre (o su cuidadora) mientras esta avanza por la calle con un carrito de bebé. El niño se para de repente frente al escaparate, en el que la mujer apenas ha reparado. Después de unos segundos, esta le pide que se mueva, que deben seguir su camino. “Yo quería comprarme un cochecito”, lamenta.

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