De un ruego a los Reyes Católicos hasta las riadas del siglo XX en Madrid: cómo afectaron otras crecidas del Manzanares

Madrid ha vuelto a ver desbordarse el Manzanares. El río ha sufrido las consecuencias de constantes lluvias en el mes de marzo, uno de los más húmedos que se recuerdan. El caudal del agua se ha multiplicado por 20, hasta tal punto que el Ayuntamiento de Madrid tuvo que emitir distintas alertas pidiendo a la ciudadanía que evitara salir a la calle y, sobre todo, se aleje de las inmediaciones del río. La Delegación del Gobierno barajó cortes de carretera para frenar el desastre por la borrasca Laurence. Pero, aunque la deriva climatológica afecte a las riadas, no es la primera vez que el Manzanares se enfrenta al peligro de desbordarse y hace falta actuar.
La canalización del afluente llegó a principios del siglo XX. Con el tiempo vivió varias actualizaciones, aunque por aquel entonces era la primera operación de remodelación urbanística de la cuenca del río. El objetivo era facilitar el acceso a sus inmediaciones o la construcción de edificios en los alrededores. Sin embargo, por el camino se llevaron otros proyectos populares como La Isla, un complejo deportivo que acabó derruido en los años 40. La vida que germinó en su entorno terminó siendo una de las grandes perjudicadas cuando azotaba el temporal.
Año 1910. “Esta madrugada ha sobrevenido una riada en el Manzanares, subiendo el agua un metro y medio por encima de su nivel. Arrastró el puente de madera, las banquetas de las lavanderas, herramientas, artefactos y cuanto había en las orillas. Los moradores de las viviendas de las orillas del río estaban amenazados de hundimiento. [...] La guardia civil, los guardias del río y los serenos [vigilantes nocturnos] y autoridades adoptaron grandes precauciones, evitando desgracias”. Este texto se leyó en un semanario republicano el año en el que se produjo otra gran crecida del Manzanares que se cebó especialmente con las lavanderas que lo utilizaban.
Por aquel entonces, el desbordamiento del río llegó a derribar un puente de madera llamado el Puente de Garrido. Sin embargo, el relato que se cuenta dista poco del de la emergencia actual: las autoridades se movilizan, piden precaución, los destrozos en el mobiliario urbano son evidentes y la vida en la ciudad se condiciona por completo. En el archivo de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, hemeroteca del Ministerio de Cultura, no faltan anécdotas de riadas que el famoso río de 92 kilómetros –que nace en la sierra de Guadarrama y atraviesa la Comunidad de Madrid– tuvo que soportar, y que terminaron afectando a la infraestructura y el día a día de la población.
Otra noticia de 1892 habla un nuevo episodio en el que las aguas del Manzanares inundaron una capilla, la de San Antonio de la Florida, en la plaza homóloga. “Esta tarde ha estallado una fuerte tormenta, seguida de copiosa granizada. Ha caído una chispa en el ministerio de Ultramar, y otra en el de Marina, en el aparato telefónico. [...] El agua llega a los altares y ha estropeado muchos ornamentos [de la ermita]”. Echando la vista aún más atrás, en el invierno entre 1498 y 1499, este río y el Jarama se desbordaron a la par y causaron graves destrozos en la ciudad.
Una publicación de la Universidad Rey Juan Carlos, que firma el historiador Eduardo Jiménez Rayado, detalla las consecuencias de una catástrofe natural que recogen textos en los que el concejo madrileño –la institución municipal de la época– pedía a los Reyes Católicos que se le otorgara una licencia para atajar la situación, haciendo hincapié en el peligro que las circunstancias actuales suponían para los residentes. Y sin embargo, hubo otros momentos en la historia que llevaron al Manzanares ante situaciones mucho más críticas.
El 7 de abril de 1884, la publicación Gaceta Universal mencionó una de las primeras riadas publicadas de las que se tienen constancia. En un breve que pasa prácticamente desapercibido entre sucesos, ordenanzas u otro tipo de noticias, se cita que el gobernador civil “recorrió anoche la ribera del Manzanares con objeto de enterarse del aspecto que ofrecía el río para, en caso de necesidad, adoptar las medidas convenientes”. Cómo actúan las autoridades competentes ante esta clase de situaciones extremas, o qué medidas impulsan en tiempos de vacas gordas para asegurar límites al caudal de los ríos, ha sido y sigue siendo una de las prioridades cuando salta la alarma.
El 5 de marzo de 1947, otra importante crecida sacudió la ciudad y movilizó a todos los efectivos disponibles: fueran bomberos o fuerzas de seguridad, los destrozos urbanos que provocó requirieron de cualquier mano extendida. Dos décadas más tarde, en 1966, el tramo más perjudicado en la Avenida del Manzanares fue el que separa el Puente de Toledo con el de Segovia.
Casi a finales de siglo, en 1995, una intensa tormenta rebosó el río inundando una buena parte de la M-30, la vía de circunvalación que rodea la almendra central. A lo largo de los siglos y pese a los distintos cambios que han adoptado tanto la capital como el resto de la región, las afecciones a la vida y el entorno en episodios de inundaciones son una constante a la que aún no han sabido sobreponerse.
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