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Madrid, 1945: Simone de Beauvoir contaba al mundo el hambre, la represión y la alegría en Tetuán y Vallecas

Simone de Beauvoir

Luis de la Cruz

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Hace poco que hemos pasado el 8 de marzo y resulta evocador imaginar a Simone de Beauvoir, autora de El segundo sexo, caminando por el Madrid del primerísimo franquismo, observando las calles trufadas aún de ruinas y escribiendo sobre ello, impulsada por la causa del antifascismo de la Segunda Guerra Mundial. Sucedió en 1945, aunque no era la primera vez de la intelectual francesa con nuestro país ni con la ciudad,

El primer contacto de la pareja de filósofos formada por la feminista y Jean Paul Sartre con España tendrá lugar durante el verano de 1931, cuando ambos vengan a estrenar la Segunda República española. Una joven Beauvoir de 23 años, profesora de liceo, quedará encandilada con la luz mediterránea de Cataluña y, singularmente, con la fuerza del anarcosindicalismo barcelonés. En Madrid fueron a los toros y al Museo del Prado. También quedó prendada del amarillo castellano -Ávila, Segovia, Toledo-, aunque dejó escrito el reencuentro con el verde: “Me había gustado la dureza de las mesetas castellanas pero me alegró encontrar en las colinas vascas un otoño con olor a helechos”, escribió en La plenitud de la vida, donde da cuenta del viaje.

El año siguiente volvieron a España y visitaron Andalucía en coche junto con una pareja de amigos. Dejó por escrito alguna pincelada del clima social de la Sanjurjada (golpe de Estado fallido contra la República) que los pilló en Sevilla: “Una gran muchedumbre corría por las calles gritando, cantando, vociferando. La seguimos; en la calle Sierpes, bajo los toldos, algunos círculos aristocráticos ardían. Mientras los bomberos se acercaban sin mucha prisa, la gente se puso a gritar ”¡No los apaguen!“. ”No teman“ -dijeron los bomberos-; no tenemos prisa”.

Jean Paul Sarte y Simone de Beauvoir se comprometieron poco después con la causa de la Segunda República, como otros intelectuales de su generación que vieron en la guerra de España una batalla por la humanidad. Volvería ella sola a España en febrero de 1945, justo después de que Francia hubiera sido liberada y antes de que acabara contienda mundial. Está de paso, de camino a Lisboa, donde pronunciará unas conferencias. Sus impresiones sobre la ciudad de Madrid quedaron plasmadas en un artículo titulado Quatre jours à Madrid, publicado unos meses despuñes en en Combat, el periódico de la Resistencia francesa.

En el artículo, cuya traducción podemos leer en la página Conversación sobre la historia, la intelectual hace una descripción de su incursión en el Madrid de la posguerra desde que llega a la estación de tren. Su reencuentro con las calles más céntricas la deslumbra. Las tiendas están surtidas en Gran Vía y Alcalá, una abundancia que tilda de aparente, que se desvanece en cuanto se comparan los salarios de los trabajadores y los precios de los productos.

Ansiosa de conocer la realidad de la gente corriente, cogió el metro para dirigirse a Vallecas y, al día siguiente, a Tetuán. “Tetuán está construido sobre colinas frente a la Sierra Nevada. Al sureste de la ciudad, Vallecas es más industrial, rodeada por un paisaje de ferrocarriles y fábricas. Pero hay profundas similitudes entre estos dos barrios”, dirá.

La francesa hace una descripción de las callecitas menos evidentes de las dos barriadas que no se diferencia demasiado de las de periodistas españoles que hablaban de la miseria del extrarradio madrileño antes de la guerra.

“Los niños caminan descalzos y, a menudo, se visten con harapos, con la espalda descubierta. Hombres y mujeres usan alpargatas o zapatillas, y nunca zapatos. Padres, niños, cabras y gallinas se amontonan dentro de las minúsculas chozas cuyos interiores oscuros se pueden ver a través de las puertas abiertas. En los días fríos y lluviosos (y el invierno es duro en Madrid, y las lluvias son fuertes), debe ser terrible vivir en estas casas y caminar por la tierra empapada. En los días soleados, viven fuera”.

La preocupación por las mujeres están también muy presentes en el horizonte de la autora, que solo cuatro años después publicaría El segundo sexo:

“En los umbrales, las mujeres bañan a sus hijos, frotan su ropa y hacen sus reparaciones. Hacen una tremenda cantidad de lavado y se pueden ver trapos remendados y descoloridos en todas partes, secándose al sol entre los pollos y las cabras, ya que la menor cantidad de tela es terriblemente costosa. Deben usar su ropa hasta que se caiga en pedazos. La vida es muy dura para las mujeres. No hay agua en las casas y se puede ver a las niñas muy pequeñas que traen agua de la fuente en cubos que son demasiado pesados para ellas. No hay combustible, y para tener un poco de carbón hay que permanecer en una larga fila. Así que las mujeres tienen un aire acosado a su alrededor. Están vestidas de negro, prematuramente viejas y feas debido a la preocupación. Los hombres parecen menos sombríos; sienten la dureza de su condición, pero no son aplastados por ella”.

Pero en el mensaje está muy presente la fortaleza del pueblo , que no ha sido totalmente destruido por la barbarie:

“La miseria en Madrid, por más profunda que sea, no es sórdida. Los niños juegan, las jóvenes se ríen, los hombres hablan entre ellos con voces alegres. La pobreza no los ha convertido en ganado resignado; siguen siendo hombres vivos, hombres que se rebelan y tienen esperanza”. Años después, Simone de Beauvoir trataría en Francia al anarquista exiliado Cipriano Mera, oriundo de Tetuán y de la misma clase que describe en sus palabras.

La visita de Simone de Beauvoir a Tetuán se produce solo dos días después del asalto al cuartel de Falange de la calle Ávila por parte de guerrilleros comunistas, en el que morirán dos personas. Con motivo de los detenidos dirá, siempre comparando la situación con la francesa y con el fantasma alemán presente, “ellos disparan mucho en Madrid. Torturan. Como cerca de la calle Lauriston en París durante el reinado de la Gestapo, hay barrios donde los gritos de las víctimas durante la noche impiden que la gente duerma”.

Vallecas y Tetuán, grandes barrios obreros de Madrid, viveros de las milicias, siguen siendo durante la posguerra espacios míticos de la propaganda antifranquista en el exilio. Con frecuencia, la prensa clandestina glosa las hazañas en la defensa de Madrid de sus habitantes y alienta los rescoldos rebeldes de sus vecinos. Estes es un hecho vinculado, seguramente, al texto de Beauvoir, que en ningún caso resta valor a sus vívidas descripciones y a la decisión de arrojar luz sobre aquella periferias castigadas por el hambre y la represión de la posguerra.

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