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¿Somos novios? Por qué ahora parece dar más miedo el amor que el sexo

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13 de febrero de 2025 21:54 h

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¿Qué hacer en caso de amor? Posiblemente sentir miedo. Posiblemente sentir alegría, atracción, ganas. El resultado es una mezcla explosiva capaz de hacer que una persona pase por un montón de estados distintos. Pero, ¿por qué el miedo? La filósofa y psicoanalista francesa Anne Dufourmantelle era una defensora del riesgo: si no estamos dispuestos al riesgo, si queremos que nada nos afecte, el precio es una vida neutral; y no hay nada más arriesgado que el amor. En En caso de amor (Lumen), Dufourmantelle escucha, de hecho, cómo una paciente pide que le quite de encima el amor. En un mundo precario en el que las palabras de moda son 'libertad' e 'individualismo', aunque con significados convientemente versionados, también las relaciones se contagian: los cuidados, la intimidad, el tiempo y el riesgo que requieren las relaciones significativas, de todo tipo, parecen casi una amenaza, algo que choca con la acumulación de experiencias y la autorrealización. El sexo, en cambio, parece haberse vuelto más sencillo, menos amenazante, más fácil de practicar sin sentir el vértigo del riesgo.

“Nos da miedo la intimidad y la intimidad se da en los dos casos, en el amor y en el sexo. Se espera que nada nos hiera en una relación sexual porque decimos que solo vamos a follar, pero ¿qué pasa si, por ejemplo, la otra persona pone la más mínima cara de asco? Probablemente eso nos importe. Lo que queremos ahora es algo que no nos duela en absoluto, no nos ponga en juego en absoluto, que no nos afecte en absoluto. Entonces, intentamos de todas las maneras posibles ver cómo hacer eso, pero es muy complicado porque lo hacemos con personas que son como nosotros, a las que, como nosotros, les van a molestar cosas. Queremos algo que funcione de manera eficaz y en esto no es tan fácil”, reflexiona el sexólogo Miguel Vagalume, que diferencia entre la búsqueda de un qué o de un quién. Es decir, si buscas un qué –tener determinadas experiencias, probar algunas cosas–, entonces el meollo es menos problemático, pero si se trata del quién, la cosa cambia porque es “imposible resolver con una sola ecuación” todo lo que sucede detrás de una relación entre dos personas.

Para Sara Torres, autora de La seducción y de Lo que hay (Reservoir books), somos resistentes “a los estados de intensidad acompañados por ambiguedad e incertidumbre” que suelen ir ligados al amor. Sin embargo, el sexo, influido por la híper representación del porno y por un lenguaje individualista, “se ha convertido en un espacio coreografiado, ordenado en una serie de gestos, mientras que la conversación sobre el amor se está abriendo y los guiones relacionales aparecen en crisis”. De alguna manera, por tanto, creamos la ilusión de que puede haber “un intercambio de gestos sin una intimidad que nos transforme”. Pero Torres prosigue su reflexión: “Creo que tanto el amor como el sexo son prácticas de intimidad y por tanto van acompañadas el riesgo de no ser las mismas después que antes de un encuentro”.

Porque el guion de lo que es una pareja ha sido, hasta hace bien poco, una historia cerrada... y asfixiante. “Hay mucho 'deber' de pareja, parece que si eres pareja hay que vivir juntos, ir de vacaciones siempre juntos, igual piensas que también tienes que tener cuentas conjuntas...”, apunta Vagalume. También Sara Torres cree que tememos que en el amor “nuestra intimidad sea secuestrada por un guion con el que algunas personas comienzan a relacionarse con distancia crítica”. Esas narrativas sobre qué es el amor y cómo lo ejecutamos “son propias de un sistema de poder heteropatriarcal y por tanto no son útiles para dar refugio a lo que necesitamos como cuerpos vivos y deseantes”. Eso hace que, a veces, entrar en el amor nos parezca “aceptar esas bases”, asumir unas normas que ya no nos valen, o no del todo, sin que sepamos bien cuáles son las reglas o acuerdos que queremos construir y que nos sirven ahora.

Frente a la idea rígida de pareja que identificamos con el amor, aparecen otros conceptos para denominar relaciones sobre las que queremos, de alguna manera, poner menos carga. El sexólogo Miguel Vagalume cree que esas denominaciones no dejan de ser otra manera de referirse a una pareja: “Lo que pasa es que si en lugar de ser pareja eres un casi algo no hay nada escrito, no hay normas escritas sobre qué se debe hacer o qué no si eres un casi algo, vas improvisando”. Improvisar, un verbo que, defiende, es deseable en pareja: “Ir construyendo el viaje que nos apetece a las dos pesonas basado en el deseo de las dos personas”. Al final, el miedo también procede de que, ahora, en una pareja hay dos sujetos que deciden (frente a un modelo en el que los hombres tenían mucha más capacidad de decisión y acción que las mujeres), y poner una u otra etiqueta puede ayudar a tener una sensación de cierto control, “pero al final, si llevas tiempo estando en la vida del otro y estando pendiente el uno del otro, no deja de ser alguien que te va acompañando aunque sea desde otro sitio”. Quedarse con “lo bueno” y tratar de apartar compromisos y obligaciones no parece algo muy sostenible a medio o largo plazo.

Un terreno común

La crítica al amor romántico ha estado muy presente en el movimiento feminista y LGTBI queer de los últimos años y ha venido a cuestionar los principios y normas que hemos asumido como 'lo normal' a la hora de construir nuestras relaciones afectivas, desde la heterosexualidad a la monogamia por defecto. “Hay que tener cuidado si comparamos con 'lo de antes' porque antes nuestras ideas de amor eran muchísimo más rígidas y estaban delimitadas por una desigualdad de género más explícita”, apunta el autor de Superemocional. Una defensa del amor (Continta MeTienes), Juanpe Sánchez López, que invita a reflexionar sobre el significado de la palabra 'compromiso' y sobre si este antes no era más una obligación que, de no cumplirse, suponía un castigo, aún más si eras una mujer.

Juanpe Sánchez cree que esas críticas al modelo de amor tradicional han desplazado la noción de tener éxito en la vida –desde cuestionar la familia tradicional hasta reivindicar las amistades como sujetos a los que amar– pero conviven con el modelo romántico, lo que él llama el amor “mujeres, hombres y viceversa”, en referencia al programa de televisión en el que chicas y chicos iban a encontrar pareja. “Ese modelo entiende el yo como mejorable a partir de la elección romántica, la pareja como un espacio a través del cual puedes mejorarte. Mi yo tiene que ser mejor estando en esta relación y eso mercantiliza mucho las dinámicas del amor”, explica. En cualquier caso, afirma, el cansancio afecta a nuestra capacidad de comprometernos y cuidar, “un cansancio derivado de nuestras horas de trabajo y de sus dinámicas, y de nuestras condiciones socioculturales, que hacen cada vez más difícil tener una vivienda digna o una vida en general”.

Y una pareja es un terreno común, dice el autor de Superemocional. Y lo común requiere de una dedicación conjunta más allá de esa visión instrumental en la que una persona te hace mejor o te sirve para algo. “En general, una relación que sea muy relevante en tu vida, que no tiene por qué ser una pareja, sí necesita que se cultive y se cuide, y saber que los ritmos y cambios son humanos”, añade Vagalume, que critica otra de las maneras en las que la pareja se proyecta ahora, lo que llama “pareja exitosa”, una en la que todo tiene que ser bueno, disfrutable, e ir bien todo el rato en todos los aspectos. La conclusión podría ser que no queremos lo de antes pero tampoco sabemos bien qué queremos exactamente ahora ni, sobre todo, construirlo en un mundo en el que a la mayoría le falta tiempo, dinero y oportunidades, y le sobra precariedad, cansancio, estrés y desigualdades. Que las librerías estén llenas de libros sobre amor, concluye Sara Torres, no parece casualidad, sino más bien es el fruto de esa necesidad de encontrar relatos que hablen de nuestra necesidad de amar “sin encerrarnos en contratos injustos”.

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