Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Del dietario a la semi-autoficción

José Ángel García

0

Rompedora del tradicional pacto entre narrador y lector sobre la diferencia entre novela y autobiografía, la autoficción, más allá de remotos antecedentes –por favor, que nadie me recuerde la tan usada y abusada afirmación “Madame Bovary soy yo” tan discutiblemente asignada a Flaubert– e incluso de la propia definición –“ficción de acontecimientos estrictamente reales”– con la que en 1977 el inventor del término, el escritor francés Serge Doubrovsky, fijara el significado que él le otorgaba, se ha venido convirtiendo en los últimos tiempos en un no ya subgénero sino en un género en exitoso e imparable auge, casi en emblema de modernidad narrativa. “Pacto ambiguo” en clarificador calificativo de uno de nuestros principales estudiosos del fenómeno, Manuel Alberca, retando las antes aceptadas normas diferenciadoras entre sus dos hibridados elementos, la autobiografía y la novela, ha venido a abrir un campo especialmente propicio para que los autores, desde la subjetividad de sus experiencias y el tú a tú de la memoria con la imaginación –no tan estancas, por cierto, a veces entre sí– hayan reconfigurado el contexto narrativo justo en un momento histórico en el que identidad, autenticidad e invención, tanto en lo literario como en lo real –sea eso lo que sea– juegan descaradamente al guiño y al escondite.

Si en su anterior entrega –Confesiones sanadas, (2024)– el poeta, narrador, ensayista, traductor y especialista en el movimiento del Postismo, Amador Palacios (Albacete, 1954) jugaba –o no tanto– a vestirse con el traje de diarista para brindarnos una miscelánea literaria en la que tantas de esas sus recién aludidas facetas –la crónica, el ensayo tanto literario cuanto filosófico, la meditación, el viaje, incluso la poesía– jugaban al corro, en el volumen que ahora ha publicado en la editorial Caballos Azules –El abrazo de la soledad– se inviste con el de novelista para echar partida en un terreno quizá aún más ambiguo e indeterminado que el de la propia autoficción, un campo de juego en que lo inventado y lo anclado en la propia trayectoria personal se confunden en un entramado también un sí no es testimonial –aunque casi más de lo pensado, meditado o dudado que, por más que también, de lo estrictamente anecdótico-biográfico– con lo fabulado, sin duda convencido de que, siguiendo el conocido aforismo lacaniano, a este propósito, por cierto también recordado por Alberca, “la verdad tiene estructura de ficción”, en un hacer mestizo que me atrevería a bautizar, permítanme la osadía, como semi-autoficción. 

Un escéptico en el convento

En El abrazo de la soledad, obra publicada con, como dije, marchamo de novela, Palacios nos presenta a su protagonista, Aldo, escéptico preocupado, sin embargo, un tanto por lo religioso, o quizá sería mejor decir por lo trascendente, que ya en la que diríamos etapa final de su vida, jubilado ya septuagenario, con una trayectoria anterior como escritor, viudo múltiple –en un travieso-deliberado guiño del autor sus tres parejas se habrían llamado igual, todas Elvira– se ha venido a acomodar como algo parecido a un lego increyente en un monasterio a la busca del mejor camino para alcanzar la que su creador califica de la “soledad benefactora” de ese su último tramo vital. Y será sobre todo en el relato de las relaciones de su protagonista con sus conventuales compañeros, especialmente con otro lego, Erik, nacido en Francia aunque de padres extremeños, pero también con el bibliotecario y con el abad de la comunidad y particularmente a través de sus conversaciones, entremezclado con la narración de su anterior discurrir personal y de las reflexiones que a su compás van también apareciendo, como Palacios nos va a ofertar toda una serie de digresiones filosófico-existenciales expuestas-contadas tanto directamente por el protagonista de la trama en sus 'toma y daca' con sus interlocutores y en especial y específicamente expuestas también en los textos titulados “Notas de Aldo” que a modo de discontinuo diario intelectual se intercalan en su discurrir, cuanto, también, en ese caso desde su propio punto de vista, del Palacios narrador omnisciente en tercera persona que también juega en paralelo ese papel opinativo y, en determinados momentos, ensayístico, tanto aquellas como estas trufadas de citas y menciones ora apoyo de discurso ora ocasión de reflexión sobre su contenido o sobre sus autores, del Manuel Azaña ya más que presente en la propia “Advertencia preliminar” preámbulo del libro, a Cesare Pavese, Anthony Burgess, Pier Paolo Pasolini, Rubén Darío, Thomas Merton, Emil Cioran, Rosa Chacel, Roald Dahl, Luis Buñuel, Ernesto Cardenal, José Luis Martín Descalzo, Enrique Badosa o Manuel Martínez Forega, pasando, entre tantos otros, por Victor Hugo, Sigmund Freud, Salvatore Quasimodo, Gonzalo Torrente Ballester, Fernando Pessoa y sus heterónimos Alberto Caeiro y Álvaro de Campos, Ernest Hemingway, Dante Alighieri o Francesco Petrarca, en un continuo literario-experiencial que transita desde la estancia en el recinto monástico del protagonista hasta su óbito –incluido un peculiar episodio erótico con tintes algo oníricos en el que no falta tampoco, en personal opinión, un determinado acento irónico– en un escribir novelístico-ensayístico que, copiándole el título a uno de los apartados del libro, se nos muestra dese luego como “un íntegro destino acaparador”. Y junto a ello, aquí y allá, también tanto en los hechos de la propia historia de Aldo como en alguna que otra de sus reflexiones la presencia de la música, en un decir transversal que ha llevado a Antonio Lázaro en su comentario sobre ella, a describirla, a mi juicio con total acierto, como “una novela que aúna vida pensada y filosofía vivida”.

Etiquetas
stats