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Cristina Caparrós, armadora: “La gran industria pesquera es la que está acabando con el pescado”

Caparrós y las redes de tela en la Barceloneta
28 de febrero de 2025 22:33 h

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Todo son múltiplos de dos en Cristina Caparrós, y además rima. Tiene 44 años, tiene dos hijos y tiene dos barcos. Es hija, nieta, bisnieta de pescadores (y así sigue la saga, hasta perderse la memoria familiar), pero no sabe si sus hijos serán pescadores. Corren malos tiempos para la pesca de proximidad, que es como esta armadora prefiere llamar a la pesca de bajura. La industria alimentaria está devorando los ecosistemas, y la gentrificación devora los muelles de los modestos barcos de pesca que van y vuelven a la mar en el día.

Cristina Caparrós se doctoró en Química y se especializó en Biotecnología. Cuando la llaman de los colegios, les explica a los estudiantes los oficios de la pesca. También ha montado una página web, La Platjeta, para llevar a domicilio el pescado de sus barcos. Durante los confinamientos de la pasada pandemia, empezó a recibir montones de encargos en la página. Pero no quiere competir con las pescaderías de toda la vida, sino plantear una alternativa a la pesca industrializada. “La misión de La Platjeta es evangelizar a la gente para que vuelva a los mercados a comprar el pescado”, así define su proyecto.

Mantenemos esta entrevista en el Moll dels Pescadors, del puerto de Barcelona. Igual que en las discotecas antiguamente, para entrar te piden el DNI (el pasado miércoles 26 de febrero se abrió al público este recinto). La mar está gris y llana. El rumor de los motores recuerda que el trabajo siempre es invisible, y chillan las gaviotas como en una tragedia de Shakespeare. Huele a salitre, a redes, a contenedores, a grasa, a maquinaria y a mar Mediterráneo. Están cerradas las puertas de los tinglados y apenas se ven barcos. Los de la pesca de cerco deben andar por Arenys siguiendo al pez. Antes, había más barcos en este muelle. Pero, actualmente, solo lo habitan 22 embarcaciones, que son: 10 de pesca de cerco, 9 de pesca de arrastre y 3 de artes menores (barcas tasmalleras y palangreras). También está en silencio la fábrica de hielo.

Este es un sitio tranquilo.

Antiguamente, los pescadores celebraban aquí las bodas, las comuniones... Pero, ahora ya no, aunque de vez en cuando aún se organice alguna comilona. Aquí dentro, el tiempo pasa de otra manera.

¿Cómo pasa?

Lo marcan la meteorología y el pescado. Y así, estás aquí o no estás. Como hacemos pesca de arrastre, nosotros somos bastante estables. Tiene que haber muy mala mar para no salir. Por lo general, siempre salimos, y pescamos más, o pescamos menos, pero pescamos. Pero con la pesca de cerco no es así. Con el cerco, si hace mala mar, si está removido, o si hace viento, es más difícil que el pescado se esté quieto, de modo que es más complicado poder detectarlo.

¿Y el otro tiempo, el tiempo meteorológico, se parece al de la ciudad?

En la mar es distinto. Por mucho que en Barcelona diluvie, no quiere decir que en la mar vayamos a encontrarnos una lluvia que nos impida trabajar. Pero cuando hace mucho sol, hace mucho sol en todas partes. Eso es más parecido. Muchas veces, hay mal tiempo en la mar dos días antes o dos días después de lo que dicen en tierra. Mi padre se queja cada vez que dan la previsión. Dice que ellos nunca la miraban para salir, y que ahora todos patrones la miran y están demasiado pendientes. Pero tenerla en cuenta es un adelanto, porque puedes planificarte mejor.

¿Qué hacían los pescadores como tu padre, salir a la aventura?

Sí, salían sin mirar y si a media mañana había que volver, se volvía. Ahora es diferente. Se miran más los costes. El gasoil es un coste muy importante, muy alto. Eso de salir por salir, para que luego resulte que no tienes nada después de todo un día de pesca, no tiene mucho sentido. Además, cada vez que sales te cuenta como un día salido, y como tenemos tan pocos días, pues hay veces que preferimos no salir.

¿Cuántos días tenéis?

Pues ahora yo no te sabría decir. Nos han ido recortando. No sé si esta vez nos darán los 140 del año pasado.

¿La pesca te crea algún conflicto de conciencia ecológica?

Sí, claro, siempre. Aunque realmente pienso que, hoy, somos bastante sostenibles, porque la cantidad de gente que estaba pescando hace unos años se ha reducido tanto que, ahora mismo, nuestro impacto es muy poca cosa.

Sois sostenibles por extinción.

Realmente eso es terrible, por extinción...

La gente joven no quiere pescar

¿Quién quiere pescar hoy?

Casi nadie, gente que igual viene de otros países donde ya eran pescadores. La gente joven no quiere pescar. Hacemos proyectos con el departamento d'Educació. Traemos a los niños aquí y les enseñamos los diferentes oficios, cómo se vive... Porque la pesca engancha. Pero no es un enganche que nazca de la rutina laboral, de pasar muchas horas. Lo que te engancha es la forma de vida. Eres parte de un entorno, de una estructura. Sabes que estás en el muelle, y un día cualquiera te puedes comer cap i pota (morro y manitas de ternera, un plato tradicional de casquería), con la familia y con los amigos. O te traen unas sardinas, o te quedas y cenas unas gambas. Y puedes pasar un buen rato con los ancianos escuchando sus historias, que a mí es una cosa que me gusta mucho.

¿Tu entorno te absorbió?

Siempre te puedes dedicar a cosas más rentables. El embarcarse, el empezar a ser pescador, sucede de una manera orgánica. De repente, durante un verano, tu familia o un vecino, (imagina que vives en la Barceloneta y tus vecinos son pescadores), te invita a embarcarte un día, o tú se lo pides por curiosidad, y descubres que te gusta.

¿Así fue tu vida?

Tengo una foto de cuando era muy pequeña, con un jersey rojo, igual tenía 5 o 6 años, y yo ya estaba embarcada. Ahora ya no se puede. Mis hijos no pueden salir a pescar con mi padre. Creo que todas estas cosas tienen un impacto. Yo me he quedado aquí porque me gusta todo esto. Me gusta llegar y hablar con Cabrera, que luego vendrá. Todo eso lo he vivido. Me he criado aquí y he jugado aquí. Pero ya no es legal que mis hijos vengan a jugar aquí. En teoría, ni siquiera pueden entrar.

La red de la familia es también una red de pesca.

Sobre todo. Pero eso tampoco significa que aquí todos seamos familia. Sí que hay una base familiar. Por ejemplo, el barco que hemos visto parado es de otra familia, y tienen unos hermanos que van en otro barco, y luego hay otros dos barcos que los llevan Joan y Evaristo, que también son hermanos. Y está el de Francesc y Lluís, que lo lleva el primo de Margarita... Pero resulta que, hoy, toda esta gente tiene 50, 52, 54 años. Y aquí, los pescadores, los patrones, los motoristas, suelen jubilarse a los 56, 57, 58 años... De modo que ya están todos a punto de retirarse. La tripulación que nosotros llevamos ahora es senegalesa. Gente joven que era pescadora en su país de origen. Pero tampoco podemos trabajar con muchos de ellos porque, aunque eran pescadores de oficio en sus países, no tienen ninguna titulación.

¿Hay que pasar un examen para ser pescador?

Para ser pescador, y para ser marinero, como para ser motorista o como para ser patrón. El problema es que es un oficio y, si se jubilan los patrones que tenemos, no va a haber nadie para enseñarlo.

¿Y desaparecerá también este muelle?

En este momento veo complicada nuestra supervivencia. Creo que Barcelona será el primer bastión de la pesca que caerá. Antiguamente, Barcelona era un puerto muy importante, por su actividad y por el número de embarcaciones. Ahora ya no. Hoy son más importantes Vilanova o La Ràpita. O Tarragona, donde todavía se mantiene el espíritu de barrio de pescadores, en el Serrallo. Allí, aún sigue pasando el oficio de padres a hijos y se contagia a los vecinos. Aquí, somos un objetivo de la gentrificación. Mira este muelle, estamos en un lugar que es muy goloso, que podría ser ocupado perfectamente por yates.

¿Dónde vivís los pescadores del muelle?

Yo vivo en la Barceloneta, con mi marido y mis dos hijos, pero vivir ahí es un privilegio. Hoy día, resulta muy difícil vivir en un barrio cerca del puerto, que es lo ideal para los pescadores. Mis padres, por ejemplo, viven en la primera calle del Poble-sec. Si ahora viene una familia de pescadores de Senegal, no se puede permitir vivir en la Barceloneta. Tiene que irse lejos, incluso fuera de Barcelona. En una ciudad, es difícil que la pesca siga. En un pueblecito más marinero, más pequeñito, todo es aún relativamente más fácil, porque en verano sufren también mucha masificación, de forma que los pescadores no pueden encontrar una vivienda para todo el año. El turismo hoy genera más dinero y tiene más importancia social que la pesca. Y así nos diluimos.

Si ahora viene una familia de pescadores de Senegal, no se puede permitir vivir en la Barceloneta

¿Tarda mucho en formarse un pescador?

La gente joven lo tiene muy difícil para formarse. Si un chico, pongamos de 18 años, quiere embarcarse, tiene que hacer un cursillo previamente. Para ello, debe esperar meses a que salga el curso, y cuando lo termina, que dura también meses, puede que coincida con que ya no hay temporada de pesca, de modo que aún tiene que esperar para empezar a trabajar. Así, puede transcurrir un año y medio. Esto es muchísimo tiempo para alguien joven que está buscando trabajo. Lo que hacen es irse a la construcción o a la restauración, donde tienen entrada directa. Nos estamos quedando sin relevo generacional por todas estas razones.

¿Cristina, la gente está bien pagada en la pesca?

Cada uno te dirá una cosa. Yo creo que no están tan bien pagados como antes. Pero hay barcos, y barcos. A veces, hablamos como si no hubiera precariedad. Y, realmente, todo se tiene que mejorar. Respecto a nuestros barcos, creo que ofrecemos un salario digno en relación a las horas y los meses que se trabaja.

¿Se trabaja muchas horas?

Aquí lo que pasa es que se está embarcado muchas horas. Es una cosa que nunca me preguntaban antes, cuando conocía a gente y hablábamos de la pesca. Pero, ahora, cuando vamos a dar charlas para explicar los oficios del mar, siempre nos preguntan cuántas horas se trabaja. Realmente, son muchas. La media va desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Unas doce horas en el mar. No se trabaja todas las horas, pero estás ahí.

¿A las seis de la tarde, ya se pueden ir a su casa?

Aquí también vienen muchas quejas. A veces, tienes que tirar un arte en tierra o hay que hacer algún trabajo. O, por ejemplo, el tema de las inspecciones. Porque llega un inspector, y totalmente de acuerdo en inspeccionar lo que haga falta, pero eso quiere decir que tienes que sacar a lo mejor una red de 100 o 200 metros, y luego hay que volver a meterla. Y esto también requiere tiempo, también es trabajo. Encima, si estás en Barcelona, o en Tarragona, o en según qué puertos, hay muchas más inspecciones que en el resto de España. O, al menos, es nuestra sensación.

¿Qué miran en la inspección?

Por ejemplo, que la malla sea reglamentaria, sobre todo, el copo. O que todo el mundo tenga al corriente la revisión médica, que todos los chalecos hayan pasado las revisiones, que los salvavidas estén en fecha.

Los copos son el extremo final de la malla y, recientemente, Bruselas ha modificado el límite de espesor para ellos. Así que hay que cambiarlos. ¿Cómo te enteras de los cambios de normativas?

En teoría, hay reuniones con las cofradías y con las federaciones. Y estas van a Madrid, donde están informados de lo que se decide en Europa. Y así la información va pasando. Y acaba llegando. Es como te enteras de que tienes que cambiar algo. Por ejemplo, ahora nos piden que cambiemos los copos. Y ha salido la noticia de que la Generalitat y el Gobierno subsidiarán estos cambios. Pero, claro, copos hay de 300 a 2.000 euros. Y hasta de 4.000. Y encima, te subvencionan solo dos copos, pero nosotros tenemos diez redes.

¿Dónde compras las redes, los copos, todo eso?

Hay una empresa en Galicia, que trabaja de modo tradicional, que aún aguanta. También hay otra en Portugal. Y hay una en Holanda.

¿Y en Barcelona?

Aquí ya no queda nada. Antiguamente, teníamos El Remitger (ahora siguen por Internet). Incluso, dentro del muelle, había zonas de compra para artes y aparejos. Y, en la Barceloneta, por todo lo que es el paseo Joan de Borbó, vamos, el paseo Nacional, había muchas tiendas para pesca. En la Barceloneta, aún nos queda una, que es Hilos Donado. Están al lado del mercado. Ahora también venden mucho para decoraciones y hacen reparaciones.

¿Esos hombres que hemos visto antes sentados en el suelo remendando redes son pescadores o son especialistas?

Son los pescadores. Apenas hay especialistas. Queda un par, que sí se dedican única y exclusivamente a remendar y también forman parte de la tripulación. Antes había más, porque había más barcos. Antiguamente, este trabajo lo hacían las mujeres de los pescadores. Pero eso yo ya no lo he visto. Yo no he visto a mi abuela remendar en la playa de la Barceloneta. La imagen del calcetín con el dedo... Yo ya aprendí a remendar en los caballetes. Antes, lo que hacían las mujeres era sentarse y ponerse la red en el dedo gordo del pie, y entonces tiraban de ella.

Tu abuelo vino de Granada muy joven, ¿se hizo pescador aquí?

Sí, pero mi bisabuelo ya era pescador. Hasta donde nos llega la memoria, todos nosotros hemos sido pescadores. Lo que pasa es que, antes de mi abuelo, hacían la temporada. Pescaban en Castell de Ferro, que es un pueblo de Granada, aunque tenga este nombre. Dicen que lo fundó gente de Mataró. En aquella época, venían aquí en verano, o no sé si era al revés. Pero solo venían los hombres, sin las familias. Y mi abuelo, digamos, es el primero que se queda aquí a vivir. En realidad, durante los primeros años, a malvivir. Andaba por Badalona, por la Barceloneta... Antes, los pescadores hasta dormían en la playa. ¡Papa...!

Cristina pide ayuda a su padre, que le dicen el Capa abreviando su apellido de Caparrós. El padre se llama, de nombre de pila, José Antonio, tiene bigote blanco y barba corta y blanca, usa gafas y está dentro del tinglado, o el taller, o la barraca, o como se llame la nave a cuya puerta, Cristina y aquí un grumete, nos hemos sentado para mantener la entrevista. Esta explanada recibe el nombre de patio de redes, y se extienden por el suelo las redes larguísimas de los pescadores.

Los objetos ejercen sobre las personas una influencia moral, lo dice Dickens en Nuestro amigo común. Así era cuando existía el trabajo, cuando los oficios tenían su rito de iniciación y sus herramientas con sus nombres. Las redes negras que hay extendidas son de los barcos que salen de noche (por eso son negras), y esos barcos practican la pesca de cerco y traen sardinas y otros tipos de pescado azul. Y las redes verdes y las azules pertenecen a los barcos que salen de día, como los dos de Cristina, y se dedican a la pesca de arrastre.

El padre está trabajando con un ordenador portátil, pero no se concentraba porque decía que hoy estaba emboirado (digamos, espeso, boira es niebla en catalán). Trabaja en una mesa hecha con un tablón muy largo cubierto con un hule blanco. Junto al ordenador, hay una barra de pan en su bolsa de papel y una lata de atún en migas, sin abrir. Al fondo, sobre una cocina, hierve el cap i pota. “¿Papa, de dónde era el Pedro?”, pregunta Cristina.

“¿El Pedro? De Punta del Moral, de Huelva. Pero, la gente se tenía que quedar a dormir en la playa si había mucho trabajo. Entonces, dormían en la barca. Eso se hacía antes, ahora no. Igual se quedaban a cambiar redes, o a remendarlas porque les iban muy bien y había que arreglarlas al momento para no dejar de usarlas. A lo mejor, les daban las doce de la noche y ya se quedaban a dormir en la barca”, responde su padre.

Cristina, ¿cuándo decidiste hacerte pescadora?

Desde pequeña, yo sabía que, a mí, lo que me gustaba era estar aquí. Siempre me ha gustado estar encima de los barcos, el ambiente del muelle... Escuchar las historias de los pescadores. A veces, les tienes que tirar mucho para que te las cuenten. No suelen hablar de temporales, ni de accidentes, ni de malos momentos en la mar. Prefieren contar cosas de huelgas, o de otros temas que no son del mar. Lo que yo sé de mi abuelo, no lo sé por él. Me lo han contado mi padre o Evaristo... Por ejemplo, un verano, en agosto, hubo una tormenta de rayos en la mar. En esa época, siempre hay bastantes tormentas de rayos. Esto sucedió con la barca antigua. Le entró un rayo por la antena y se quemaron todos los equipos. El rayo flasheó a mi abuelo durante unos minutos. Debió ocurrir después de los años 90, porque él ya tenía teléfono y, por eso, lo supimos enseguida. Pero, antes de los teléfonos, era muy dramático. Nadie sabía qué pasaba en la mar. Y encima, mi abuelo tenía mucha tendencia a salir siempre, aunque hubiera muy mala mar, aunque hubiera mucha tormenta. Se salía, y se salía. Además, también sabías que si ese día conseguías pescar algo se iba a vender bien, porque nadie más había pescado. Era una ventaja en la que te jugabas mucho.

¿Tú has pasado miedo en la mar?

Yo no he embarcado nunca de ese modo. Lo mío siempre ha sido bastante de recreo, en vacaciones. He salido a pescar muy circunstancialmente, muy poco. Técnicamente, soy armadora, aunque me parece pretenciosa la palabra en mi caso. Pero, vamos, los pescadores nunca van a decirte que han pasado miedo. Prefieren no decirlo.

Creo que Barcelona será el primer bastión de la pesca que caerá

¿Un armador qué tiene que hacer?

El armador se dedica a hacer todo lo que se necesita para que el barco salga. Yo llevo más la parte de gestión con mi madre. Por ejemplo, si ahora hay que usar unas puertas voladoras (un tipo de redes) que no toquen el fondo del mar, yo busco una subvención y la manera de pagarlas. Y mi padre lleva la parte más técnica de la pesca. Se ocupa de las redes, de decidir qué sonda es la mejor...

¿También decide cuándo hay que salir a pescar?

Eso lo hace el patrón. Hay como una jerarquía militar.

¿Y el patrón está por debajo de vosotros en la jerarquía?

Sí, a nivel técnico; pero no a nivel empresarial. Nosotros creemos que quien está en el barco y quien está trabajando es quien tiene que tomar la decisión de que cómo hay trabajar. Otra cosa es que el patrón, que ha aprendido de mi padre, y que ha estado con él, vaya y le consulte: “Mira, Antonio, me está pasando esto, ¿tú qué harías?”. Un patrón es alguien con mucho instinto en la mar.

¿Cómo es ese instinto?

Los patrones tienen una inteligencia y una claridad mental increíbles. Deben controlar muchos parámetros. Saben cómo hacerlo, dónde hacerlo, cuándo hacerlo. Por eso deciden cuándo se sale. Saben lo que se puede pescar en función del tiempo que lleven puestas las redes. Deciden cómo bajas las redes, cómo las subes, qué marcha les das... Saben por qué les ha ido de una manera u otra. Cuándo les ha revirado el arte o cuándo no van bien. Si te sale mucho fango, quizá no es bueno; pero si, a primera hora, te sale tal pescado sabes que allí, si continúas por la tarde, igual sacarás otros pescados. Todo eso es experiencia e instinto.

¿Tú comes pescado congelado?

No, yo no como congelado, y espero no tener que comerlo nunca. Con el congelado ya no estamos hablando de pesca, sino de industria pesquera o de industria alimentaria. Hay una gran diferencia. El pescado congelado viene de grandes barcos pesqueros, que tienen plantas de fileteado a bordo, que desechan, que ahora pescan aquí, que ahora se quedan allí, y que están acabando con el pescado. Yo defiendo a los pescadores de proximidad. Nosotros vamos y venimos el mismo día, no manipulamos a bordo, no añadimos ningún tipo de producto. Nuestro pescado se vende en la lonja. Hay una trazabilidad, se cumplen las normas de selección, se colabora con la administración y con la ciencia. Y esto no se hace en la gran industria.

¿Qué hacen en la gran industria?

Acaban con el pescado, porque lo pescan a gran escala y tiran el que no les sirve. Si tienen la planta preparada para filetear merluzas de 1 kilo, tiran todo lo que hayan pescado y no sea eso. En nuestra pesca, no se tira nada que se pueda vender o que se pueda comer. La industria, aparte de esquilmar, también altera todo el ecosistema. Y afecta a la economía de los países. Por ejemplo, esos pescados pequeñitos que había muy cerca de la costa y, que con el cayuco, se los llevaba un pescador senegalés, o gambiano. Pero solo se llevaban los que necesitaban para comer. O los que cabían en sus barcos, porque tampoco tenían muchas neveras, ni mucha electricidad constante. Y los vendían en sus puertos, o los intercambiaban por otros productos. Todo esto era pesca sostenible que se ha convertido en inexistente, porque la gran industria ha alterado los ecosistemas, y se han quedado sin pesca. Hoy, esos pescadores vienen a Europa a buscarse la vida, porque ya no pueden trabajar en su país. Son buenos pescadores, pero aquí no les dejamos pescar, porque no tienen papeles y no podemos contratarlos, y hacen de manteros. Mientras tanto, nosotros estamos sin personal para salir a pescar, lo cual ya es el sinsentido total.

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