La edad media de los diputados envejece en España mientras los jóvenes desconfían de la democracia y desconocen el franquismo

Domingo Sanz Pardo (Esporles, 1951) ha compartido mucho tiempo con sus nietos Júlia y Mario (de Binissalem, nacidos en 2005 y 2008). Una vez por semana, el abuelo los recogía en el colegio o el instituto y se iban a comer a su casa. En cuanto tuvieron algo de consciencia, los niños empezaron a hacer preguntas y este licenciado en Ciencias Políticas por la Complutense, que militó en el antifranquismo –estuvo preso a principios de los setenta– y trabajó como asesor en negociaciones colectivas para Comisiones Obreras, las respondía. Temas que parecen serios, pesados y aburridos se trataban en aquella mesa de la forma más natural. Como un juego de niños.
El salto de edad no era un problema. Nadie se mordió la lengua: la relación tan estrecha y particular que suele tejerse entre quienes comparten sangre, y están separados por una generación, fue para los hermanos Martí Sanz el germen del trabajo académico que, hecho a tercios con su abuelo, acaban de incluir en el Anuari de la joventut. Esta publicación, que promueve la Universitat de les Illes Balears desde 2018, presentó su sexta edición ayer en el centro sociocultural Son Llebre, situado a las afueras de Palma.
El punto de partida del texto escrito por Sanz y los Martí (ella, estudiante de Sociología; él cursa un grado de formación profesional) es un puñetazo en el mentón: ¿por qué los jóvenes participan menos en la política institucional ahora que cuando arrancó la etapa democrática actual? El análisis comienza de forma muy gráfica. Literalmente, con una imagen. Ese marco del que, según Alfonso Guerra –vicepresidente del Gobierno del felipismo y, a la vez, el secretario de organización que decidía el orden de las listas electorales durante los años dorados del socialismo como artefacto para ganar comicios–, escupía a los disidentes: “Quien se mueve no sale en la foto”.
La cita, aunque atribuida al político sevillano, que la dijo, no es suya. Domingo Sanz y Júlia y Mario Martí lo recuerdan en su preámbulo. La pronunció, originalmente, Fidel Velázquez Sánchez. Este mexicano lideró la Confederación de Trabajadores, el sindicato del Partido Revolucionario Institucional.
Los paralelismos son inevitables. El PRI controló el gobierno de México durante sesenta y dos años ininterrumpidos. Guerra fue diputado durante diez legislaturas, treinta y ocho años sentado en un escaño de la Carrera de San Jerónimo. Empezó con veintisiete, se retiró de la política institucional con setenta y cinco. Por fecha de nacimiento, sería uno de los hermanos mayores de la que en España se conoce como Generación Tapón. La de Domingo Sanz.
“Yo nunca quise participar en política institucional”, dice el coautor del estudio, titulado La decreixent participació dels joves en la política, “y quizás por eso siempre haya estado a favor de la limitación de mandatos. ¿Por qué es algo que no se ha aplicado nunca realmente aunque aparezca de vez en cuando en algunos programas electorales? Está claro que quien llega al poder no quiere moverse para seguir saliendo en la foto y, eso, obviamente, aleja a los jóvenes de los puestos de responsabilidad y de la toma de decisiones. Pero, a la vez, cuando ha habido un vuelco electoral en España, normalmente coinciden dos realidades. El partido que gobierna está envejecido y el que le sucede en el gobierno, rejuvenecido”.
Así ocurrió, como recoge el trabajo, y con diferencias entre el centroizquierda y la derecha, en 1982 y 1996. En la primera victoria de Felipe González, el 10,2 por ciento de sus 202 diputados eran menores de treinta años (por menos del 2 por ciento de la Alianza Popular de Manuel Fraga). En la primera victoria de José María Aznar, el PP tenía más diputados veinteañeros (un 5,4 por ciento de sus 156 escaños) que los socialistas (que habían bajado la proporción hasta el 4,3 por ciento). La tendencia se repite en el período 2015-2019, cuando Podemos y Ciudadanos se convierten, y decaen, como alternativas al bipartidismo: en ese período de inestabilidad –cuatro elecciones generales en cuatro años–, morados y naranjas “ayudaron a rejuvenecer la política nacional porque, en teoría y de forma casi inevitable, los más jóvenes tienen ideas más rupturistas”.
Pero Sanz y los hermanos Martí volvieron, en este punto, a tropezar con una paradoja. La juventud era un activo que parecía influir en la cantidad de papeletas que se depositan en la urna el domingo clave, pero el número de diputados en el Congreso menores de treinta años se reduce un 62 por ciento comparando los datos de 1982 y 2023 (una comparación que tuvieron que hacer manualmente porque desde la Cámara Baja “no ofrecen públicamente las edades” de sus señorías, “quizás porque es un tema tabú”: “Nos enviaron un listado, sin nombres, con las fechas de nacimiento de los diputados electos y sus sustitutos en cada legislatura”), más del doble de lo que ha caído el número de veinteañeros en España durante las últimas cuatro décadas. El país envejece sin remedio, pero la política estatal envejece mucho más rápido.
“La única solución para revertir esta tendencia, muy peligrosa, porque aleja a los jóvenes de la democracia”, explica Domingo Sanz, “sería establecer un sistema de cuotas por franjas de edad. Es decir, un sistema igual o muy parecido al que se hizo con las mujeres. Los datos que hemos recogido en el estudio demuestran que ha funcionado y en las conclusiones mencionamos este cambio como un motivo para tener esperanza. Si también beneficia a los jóvenes, de rebote, reduciría el tiempo que pasan ciertos políticos en un puesto de representación: si cada cuatro años van entrando nuevos jóvenes en las listas, otros nombres, de más edad, tienen que saltar. No entran todos”.
La decreixent participació dels joves en la política incluye una tabla que ilustra muy bien la comparación con la que argumenta el politólogo. En 1983, sólo el 5 por ciento de los escaños del Parlament de les Illes Balears estaban ocupados por mujeres. En 2023, las diputadas son el 51 por ciento de las cortes autonómicas. Una paridad que desaparece en el caso de la juventud. La media de edad ha subido en ese período casi diez años, de los 41 a los 49. Tras las primeras autonómicas había ocho diputados menores de treinta (el 8 por ciento de la asamblea). Hoy, sólo uno (el 1,6 por ciento, una anécdota). Aunque en regresión, la franja de formenterenses, ibicencos, mallorquines y menorquines entre los dieciséis y los veintinueve años alcanza el 18 por ciento de los casi 1,2 millones de personas que están censadas en el archipiélago.
El estudio tendrá continuidad cruzando los datos españoles y baleares con las de otras autonomías y estados. Los autores han empezado a fisgar en la Comunitat Valencia y la República Portuguesa. Reivindicar el cumplimiento del Artículo 48 de la Constitución Española (“Los poderes públicos promoverán las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud en el desarrollo político, social, económico y cultural”) es una motivación que impulsa a los nietos y su abuelo. “Ahora se está inclumpliendo”, dicen, y están preocupados. En su trabajo incluyeron dos entrevistas, a Manuel Cámara, ex secretario Comissions Obreres de les Illes Balears y a José Castro, el juez, ahora retirado, que instruyó algunos de los principales casos de corrupción política y empresarial que ha sufrido la democracia de las islas.
Ambos coincidieron en suspender el papel de las instituciones en el cumplimiento del Artículo 48… en lo que respecta al asunto económico. Cámara sí aprueba a los representantes públicos en la involucración de los jóvenes en política. Castro, en cambio, los suspende. Una segunda encuesta, entre jóvenes, parece confirmar el punto de vista del magistrado: una cuarta parte de las personas que respondieron no considera a la democracia como el sistema preferible para gobernar una sociedad. A otra pregunta, dirigida al estudio del Franquismo durante la ESO, la mitad de los encuestados respondieron que nunca en el aula estudiaron que entre 1939 y 1975 –tras un golpe de Estado y una Guerra Civil– España estuvo bajo el yugo de un dictador.
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